¿Ruido de sables?
Eso parece con el escrito que, al parecer, han enviado al Rey unos militares retirados instando al jefe del Estado y de los ejércitos a un cambio político, en cuyo desafortunado escrito se dice que hay que llevar a cabo muchos fusilamientos. Surrealismo puro. Estos nostálgicos militares chochean y los años y el retiro los han llevado a querer revivir aquel dramático pasado de 1936. Demencial. Naturalmente, este fantasmal escrito ha levantado una enorme alarma y preocupación en la fogueada y pandémica ciudadanía, al borde de su agonía social y económica, sin futuro y con un presente destrozado. Y que ahora nos vengan unos vieyos militares con esta gaita levantisca y sediciosa es como para mandarlos al psiquiatra y ponerles la camisa de fuerza. ¿Otra guerra fratricida como la del 36, señores militares malaras? Por favor, sopitas y buen vino y déjennos en paz.
Este escrito puso en pie a los partidos políticos, que son mayoría en su republicanismo y pedirle al Rey que se pronuncie y diga que nada tiene que ver con esa carta y que la rechaza. Pues bien, después de varios días de un “real silencio”, Felipe VI sigue en su mutismo, al menos hasta que esto escribo (jueves 3 de diciembre), y esto preocupa y agrava la situación. Bueno, ya algo parecido ocurrió con su padre en el 23F, que después de todo un día de incertidumbre y preocupación para la ciudadanía, sobre las seis de la tarde compareció por fin Juan Carlos I para rechazar el levantamiento militar, pero no rotundo y autoritario, sino más bien forzado y compungido, lo que dio lugar a suspicacias y sospechas un tanto fundadas. Nada, que la Casa Real, en evidencia y cuestionada por cuanto viene ocurriendo en ella de todos conocido, no pasa por sus mejores momentos, y nuestra monarquía constitucional, cuyos titulares, por su supervivencia, tienen que pegar un giro de ciento ochenta grados y vivir con el pueblo y para el pueblo.
Quien esto comenta y reflexiona ahora aquí sabe cómo fue aquella guerra del 36 porque la vivió y sufrió en ambos bandos contendientes (dolorosa experiencia que ignoran por completo esos retirados militares de la desafortunada carta al Rey), con la muerte pisándome los talones, y no era más que un niñato de 17 años perteneciente a la quinta de 1940, “bautizada” como la “quinta del biberón”, porque muchos de aquellos soldadinos tuvieron que dejar la peonza para vestir el uniforme militar, en mi caso el de la gloriosa Infantería. Breve instrucción militar y a las trincheras y frente de combate, con un fusil, machete, bombas de mano, latas de sardinas y el clásico chusco de pan blanco, cuando en la retaguardia la población civil, con aquel duro racionamiento, comía un pan negro que era un revienta tripas. Recuerdo que un gallego de mi compañía (la primera del octavo batallón del Regimiento de Infantería “Zamora”, que mandaba el pulcro y presumido coronel D. Óscar Nevado de Bouzas) se trincó cinco chuscos de un viaje y que le entró tal cagalera que casi se desintegra, cuyos efluvios puso en retirada al enemigo.
Aquellos niñatos convertidos en soldados la pringamos en los frentes de Madrid, Teruel y Ebro, en torno a cuyo río se libraron las mayores y más sangrientas batallas. Tanto es así que en el Ebro se decidió la guerra y se puso fin a ella.
Y concluimos con esta pregunta: ¿y es esto lo que pretendían esos militares retirados? No, señores levantiscos, en España, manden unos o manden otros, se acabaron las guerras para siempre, sí, para siempre, y los cambios políticos que se puedan producir hoy y mañana, en el futuro, siempre no serán con las armas, sino con las urnas. ¡Voilà!
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