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El fundamentalismo de mercado, la mano invisible y el constante subsidio

11 de Diciembre del 2020 - Jaime Llorca Botas (Oviedo)

Hace dos días, se leía en prensa que España había colocado bonos a 10 años del Estado, por primera vez en la historia, a tipo de interés negativo. Cualquier persona que entienda ligeramente el sistema monetario (porque completamente es, por definición, imposible) argumentaría que esto se debe a la política de depósitos del BCE y otros bancos centrales. Por simplificarlo mucho, penalizan a los guardianes de sus ahorros, los bancos, para que presten y, por tanto, arriesgan su dinero. ¿Dónde acabará todo esto?, si le dijera que lo sé, le mentiría. Pero como el aficionado que hace la quiniela todas las semanas estudiando los partidos, los históricos y elaborando sus propias teorías extravagantes, me la voy a jugar. Como advertí en este periódico hace unos meses, la necesidad de fusiones bancarias era algo inevitable y, lo que es más importante, deseable por ciertos grandes capitales y gobiernos deficitarios (prácticamente, todos). El sector bancario no consigue rentabilizar sus activos y, por consiguiente, compra deuda estatal de unos gobiernos que se ven obligados, en gran medida, a sustituir al sector privado en la satisfacción de las necesidades económicas de sus ciudadanos (ingreso mínimo vital, subsidios, ayudas, pensiones...). Como los balances no cuadran (pese a piruetas contables), se procede a la fusión de las pequeñas entidades con otras mayores, alegando a los accionistas y público general que esto responde a la creación de sinergias que aumentarán la rentabilidad del nuevo conjunto (reducción de oficinas, mayor poder negociador, reducción de costes operativos...). Lo cual, según la teoría económica, es cierto, pero no garantiza la viabilidad del nuevo ente dado que la hemorragia sigue abierta. Al final, lo que se tiene son bancos que, dado el oligopolismo, no encuentran rentabilidad en prestar al sector privado y, menos, en no hacer nada, y, en consecuencia, le dejan dinero al Estado a interés negativo (aquí creo que hay un gran juego de favores que coadyuvan con la situación) y, por tanto, ahorrar se convierte en un acto fiscalizable, y el Estado se acostumbra a gastar siempre más. Durante la expansión de los años 2000, el Estado vio cómo aumentaban sus ingresos de forma vertiginosa y no bajó los impuestos, subió el gasto; llegó la recesión y el gasto se mantuvo subiendo impuestos y deuda. ¿En dónde acabará esto? Pues creo que, para la gran mayoría, viviendo del Estado en forma más o menos precaria. La actividad privada (grandes empresas) llegará a ser tan eficiente que su acaparación de recursos y su independencia productiva serán tales que no habrá lugar para la banca privada como la concebimos hoy en día. El Estado acabará vaciando todos los balances disponibles, en los que las propias empresas, a día de hoy, depositan sus ingresos y activos financieros y, por un mero principio de reflexibilidad (de las propias empresas sobre el conjunto), estaremos ante un nuevo paradigma monetario. Concluyendo esta reflexión, podríamos ver (si se cumple el pronóstico) una refutación tangible (que no la primera) del llamado fundamentalismo de mercado o principio de eficiencia, y la sutil actuación de la mano invisible empujando nuestra sociedad a un nuevo escenario, el del constante subsidio. Nunca he hecho un pleno al 15, pero tampoco he estado muy lejos.

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