Vuelta a la tortilla en 180 días
En estos días en los que la quiebra institucional cabalga animosa y desbocada a lomos de una peste inmisericorde –“¿Nadie va a parar esto?”, escribe al respecto Francisco Sosa Wagner–, hemos “celebrado” el aniversario de la Constitución del 78. Y cuando una personalidad tan bragada y bregada en la cosa política como él llega a escribir también –sombrío como pocas veces– que esa celebración se asemeja a la visita hospitalaria a un pariente moribundo –“Aniversario sin motivo para la alegría” es otro artículo suyo–, al común de los mortales no puede por menos que helársenos la sangre, amargársenos el alma y revolvérsenos las tripas.
También en estos mismos días de diciembre de un pasado relativamente lejano, y aunque en un ámbito de ficción literaria, tenía lugar otro episodio de desmantelamiento muy propicio para la analogía, incluso para la parábola (aunque lejos de la hipérbole): Julio Verne narraba entonces el expeditivo desmantelamiento del barco en el que, tras largo y accidentado periplo de Oeste a Este, regresaban a casa sus protagonistas. En aquel episodio se trataba de despiezar y convertir en cenizas todo lo que a bordo pudiera arder en la caldera para poder alcanzar, a toda máquina, un ambicioso objetivo dentro de un plazo perentorio.
Hasta aquí discurre fácilmente la semejanza con la resuelta y sistemática carrera antirrégimen emprendida por estos a quienes hemos llevado indirectamente al Gobierno de España con los votos y demás recursos de aquella Carta Magna ampliamente consensuada e ilusionante. Su aparente buena salud no era tal puesto que, intencionada o ingenuamente, venía de casa lastrada con un genoma con deficiencias intrínsecas y una alta susceptibilidad a mutaciones y lesiones que deberían haberse diagnosticado a tiempo y tratado clínicamente cuando aún había voluntad y remedio.
Pero no solo las semejanzas, también son sugerentes las diferencias entre la estimulante inocencia de aquella literatura vanguardista y la deprimente y cutre realidad de nuestra regresiva pulsión caribeña. En la novela el objetivo es noblote y confesable, el apostador no miente, no engaña a nadie en su empeño y afronta con sus propios recursos el coste de la aventura, incluso pactando generosamente con su satisfecho propietario el precio de la embarcación, que no termina hundida o para el desguace, sino a flote, participando como coprotagonista en el éxito de la empresa. Como en la historia hay pocos malos y estos malos causan daños asumibles, el bien triunfa y los costes marginales van a cargo de quienes se ofrecieron consciente, deportiva y pudientemente a asumirlos apostando para motivar al héroe.
A las obvias diferencias sugeridas por esta comparativa simplona cabría añadir otras que debieran resultarnos inquietantes, incluso encontrándonos ente los incondicionales de este Gobierno y de sus mentorías, querencias, intimidades y amistades tóxicas y peligrosas. No digamos ya si somos socialistas vergonzantes, tímidamente discrepantes o soliviantados con sordina, populares enmudecidos o esquizofrénicos, ciudadanos en busca de autor, beligerantes opositores conscientes de que nuestra patria colapsa o votantes anónimos sintiendo impotencia culposa (hooligans y amodorrados rumiando inconsciencia, libran). Me refiero a la diferencia entre una peripecia particular y anónima en un vaso de agua y aproar una tormenta perfecta sustentada remotamente por poderosos e invasivos entramados financiero-político-mediáticos. Y es que, señoras y señores, reescribiendo nuestra Historia pero repitiendo errores tampoco somos el ombligo del mundo, a pesar del vergonzoso espectáculo que estamos dando urbi et orbi, adornado, eso sí, con demonios familiares y demás miserias made in Spain. La degradación y el caos acelerado que vive Expaña en los últimos tres largos lustros de la mano (o a los pies) de iluminados, registradores y oportunistas puede tener sus peculiaridades idiosincrásicas, pero temo que no nos puede quedar siquiera el orgullo suicida de ser, y sabernos, muy originales: si levantamos un poco la vista de las teles del Ministerio de la Verdad puede ser que este circo no sea el único circo, sino que haya varios circos. O, mejor mirado, que haya un Gran Circo con tantas pistas como representaciones adaptadas al costumbrismo local, pero, todas ellas, formando parte de un mismo programa: El Gran Open Show de la Globalización.
Los clowns son los que sabemos, los dueños parecen ser los que dicen y a los jefes de pista y a los maestros de escena ya los iremos conociendo sobre la marcha.
(Estimado lector: Expaña no es un error, es un lamento).
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