Ya no se escucha la tele
“El señor Sabaté, vecino del 4-1, nos ha dejado. Tanatorio...” nos informaba un cartel en el ascensor. Automáticamente se me hizo un nudo en la garganta, se me humedecieron los ojos y al llegar a casa mi pareja reaccionó igual.
Somos una pareja joven que desde hace 3 años compartíamos rellano con el señor Sabaté, un octogenario que vivía solo tras tener que internar a su mujer por complicaciones de salud. Nos lo cruzábamos habitualmente cuando él volvía de pasear y nosotros de trabajar, antes de que nos diese tiempo a ofrecernos para cualquier cosa que necesitase, él hacía lo propio y nos ofrecía su ayuda despidiéndose con una sonrisa. Más allá de ese contacto, sabíamos que estaba ahí por la luz que dejaba encendida cada noche en su cocina, la cual iluminaba nuestro pasillo.
Ya no estaba, se hizo palpable al encontrarnos andando a oscuras por el pasillo. Pero hoy me he dado cuenta de otro detalle, ¡no se escucha la tele! Siempre que nos metíamos en la cama escuchábamos una tele a todo volumen hasta altas horas. No sabíamos 100% de qué piso venía, pero nos ha dado pie a más de una broma y un lamento, ahora a tristeza.
Sí, me he puesto triste por el señor Sabaté. Que no sabemos si falleció de covid, como su esposa hace siete meses, o por la soledad, la otra pandemia; pero también por todos aquellos que nos han dejado meses atrás. Leemos, escuchamos, nos cuentan... pero cuando se hace visible la ausencia es inevitable lagrimear por aquellos que no están.
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