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Eutanasia, un país un poco más decente

15 de Diciembre del 2020 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijón)

Frente a mi casa, en Gijón, tengo la suerte de disfrutar de la playa de Poniente. En los días de calor, acudo a la misma a darme un “chapuzón” y a leer. Me gusta colocarme junto al espacio adaptado para personas con discapacidad física. Es encomiable el esfuerzo realizado por el Ayuntamiento de Gijón para adaptar un gran espacio de esta playa para el disfrute de las personas con movilidad reducida.

Disfruto observando el placer con el que personas con graves deficiencias físicas (muchas de ellas afectadas por esclerosis múltiple) y sus familiares disfrutan, a su vez, con el contacto del agua del mar. Algunos solo lo transmiten a través del brillo de sus ojos hacia sus monitores, quienes se lo devuelven con una sonrisa. Suelen estar poco tiempo, pero en sus miradas se refleja que “ese momento” es uno más de sus ganas de vivir, porque se aferran a la vida, aunque esta sea tan limitada. Cuando se marchan, yo vuelvo a mi lectura.

La primera vez que tomé contacto con el mundo de la discapacidad y con ese más que loable espíritu de superación fue hace ya más de 40 años en las pistas de esquí de Baqueira Beret, al observar a jóvenes invidentes deslizarse por las pistas de esquí, guiados por su monitor. Su vida estaba literalmente en manos de su monitor, pero ellos solo se preocupaban del disfrute que proporciona el descenso por las pistas de nieve. Lo mismo ocurría con las personas afectadas de paraplejia, o de discapacidades derivadas de enfermedades medulares o cerebrales. Admiraba su espíritu de superación y sus ganas de añadirle “sal” a sus vidas.

El mundo ha cambiado mucho desde entonces y me ha permitido durante una época muy importante de mi vida trabajar en programas que mejoraran la calidad de vida de las personas con discapacidad, como director provincial del Imserso de Salamanca. Ello me facilitó el poder participar en programas europeos tales como “Helios” y “Horizón” en los años 90. Programas de intercambio de experiencias entre los países de la UE. Aprendí mucho de ellos, de su afán de superación, de su dignidad como personas. Paralelamente a todo ello, la ciencia progresaba de manera espectacular, tanto en investigación como en tratamientos y en diseños de aparatos que han mejorado de manera notable la vida de las personas gravemente afectadas en su movilidad.

Dicho todo lo anterior y, al hilo del debate y aprobación sobre la despenalización de la eutanasia o el derecho a una muerte digna, el corolario final, al menos desde mi reflexión, es que nadie tiene derecho a socavar o impedir el disfrute de la persona parapléjica en el mar, o del tetrapléjico en la nieve. Es más, nadie debe intervenir en la voluntad de quienes consideran que, a pesar de que su vida dependa de un tubo conectado a una máquina, quieren seguir viviendo. Esta es la postura y los principios de los que defendemos el derecho a una muerte digna... el derecho a la eutanasia, porque al igual que defendemos ese derecho inviolable, defendemos a su vez que quien considera que su concepción de la vida, su calidad de vida tiene unos límites, que su “dignidad” como persona es distinta de la “dignidad" de aquel que está aferrado a la vida a través de una máquina, tiene el derecho de exigir a las administraciones, a los gobiernos, que le amparen legislativamente su legítimo derecho a poner fin a lo que para él y solo para él ya no es vida. Esto es lo que se ha debatido y aprobado en la sede de la voluntad popular, en el Congreso de los Diputados, con el respaldo de más del 80% de la población española que, según todas las encuestas, venían reclamando. No otra cosa, a pesar de las soflamas incendiarias de PP/Vox: “Esta es una ley eugenésica... que elimina aquellas vidas que ustedes creen que carecen de valor... practicar el asesinato para aliviar económicamente el sistema” (Lourdes Monasterios, Vox). Sobran los comentarios ante tanta vileza.

Ningún derecho civil ha tenido tanto respaldo ciudadano como la eutanasia. De alguna manera esta ley es un homenaje a tanta gente que murió sin tener “su” muerte digna, a los que pusieron cara al sufrimiento, a los que fueron obligados a vivir en contra de su voluntad, una vida para ellos sin sentido ni dignidad, a los que lucharon poniendo en peligro a sus familiares y amigos. Es un homenaje al doctor Luis Montes, perseguido y vilipendiado por los intolerantes.

España se suma a los países más avanzados en derechos civiles (Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Suiza, Canadá), a la espera de Nueva Zelanda, Portugal y otros estados en EE UU. A la espera también de que el Gobierno colombiano regule por ley lo que ya se contempla en su Constitución. La dignidad avanza. “La eutanasia, una ley que nos hará más libres y felices”, como señala el vicepresidente de la AMD (Asociación por el Derecho a una Muerte Digna). No es la ley que muchos esperábamos (se contemplan trámites innecesarios basados en un garantismo que no existe en otros países y no se incluye a personas con un sufrimiento insoportable de origen psicológico), pero es un gran avance.

Los defensores de la eutanasia somos profundamente respetuosos y apoyamos al mundo de la discapacidad, luchamos y defendemos la investigación, la reivindicación de mejores dotaciones presupuestarias para mejorar la calidad de vida de quienes a pesar de sus limitaciones quieren seguir viviendo. No podría decir lo mismo de quienes no respetan las últimas voluntades y obligan (a través del Código Penal) a una vida vegetativa a quienes opinan lo contrario. No respetan a quienes quieren, queremos, tener una muerte digna, rodeados de los suyos, de los nuestros, y no de artilugios mecánicos que solo prolongan el egoísmo humano y, en algunos casos, el ensañamiento “terapéutico”. La eutanasia es el último acto de amor a la vida.

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