¡Que el cielo nos erradique con azufre y fuego!
Don Gustavo Bueno, ateo, materialista histórico y destacado filósofo, no dudó en decirnos a los por entonces sus alumnos que el aborto tenía una transcienda filosófica: ¿Con qué criterios se decidía que se podía abortar a un feto? El problema era que de aquella se consideraba –con una unanimidad meridiana– que solo se podía matar (así tenían que reconocerlo, porque, a todas luces se veía que era un ser vivo) cuando se estaba “seguro” (cinismo bestial, pero de las bestias de las películas de terror, que los animales así llamados mueren defendiendo a sus crías) que el “feto” (del latín “fetus” que significa “cría”, para designar a los niños dependientes –y equivaldría al “cachorro” en el mundo animal–. Pero ojo, “depender”, no significa “ser propiedad de”. Ni de la madre, ni del Estado, ni de la sociedad...) aún no era ser humano. Pero el aborto se podía aplicar de aquella hasta las 12 semanas, por caso criminológico; 22 en caso eugenésico, y durante todo el embarazo durante el caso terapéutico (Ley Orgánica 9/1985, y la nueva ley del Aborto ha asumido a los supuestos de la antes citada, por lo que sigue en este escrito es aplicable a la actual). Lo que le daba pie al filósofo citado a exigir con qué criterio científico válido se “sostenía” el argumento de que a las 12 y 22 semanas o el momento de nacimiento se consideraba “ser humano con pleno derecho a la vida” a la cría humana. “¿Por qué...?”, se preguntaba el filósofo, el bebé es humano en esos tiempos “legales” y no una milésima de segundo antes o después, o una millonésima parte de una milésima de segundo... en cuanto hay duda razonable –que la hay siempre y para todos los seres humanos que no sean unos renegados– el argumento se va aplicando metódicamente, millonésima a millonésima, hasta que el más cretino tiene que aceptar que desde el primer instante de la concepción se trata de una persona humana, un ser humano, patrimonio de la Humanidad, no propiedad, al que hay que asegurarle por encima de todo –todos sus derechos, pero sobre todo– su derecho a la vida... ¡Sagrado derecho y deber a la vida, hasta el último instante que desemboque en una muerte digna, es decir, de forma natural...! Y, aquí, enlazo con el próximo intento de instaurar la eutanasia como “legal” (aunque la mona se vista de “legal”, “inmoral” se queda). Y diría que (si no fuese porque al principio se van a ensañar contra los más pobres, enfermos e indefensos) estoy dispuesto a brindar con sidra espumosa por ver –en esta vida o en la otra Vida– cómo los que aprueban la eutanasia van a sufrirla en sus propias carnes, pues ya ancianos y descatalogados, siempre vendrán tras ellos jóvenes gobernantes que se sentirán inmortales y que “por caridad” creerán su obligación deshacerse de estos gobernantes que para entonces serán viejos caducos considerados deshechos que para nada sirven...
Sería larguísima la lista por la que creo firmemente en las Apariciones de El Escorial –Madrid–, y no tengo por qué enumerarla, solo decir que a lo largo de todos los mensajes (empezaron en 1980 y terminaron en el 2000, aunque siguieron las “bendiciones” hasta el 2012 en que falleció la vidente Luz Amparo Cuevas Arteseros olor de santidad, y nunca mejor dicho porque su cuerpo despedía aroma a una esencia de rosas que embriagaba) sobrevolaba la pradera ( “Prado Nuevo”) un ambiente de urgencia a la conversión, para evitar los castigos que Dios dejaría caer sobre la Humanidad y que coinciden con lo que el Apocalipsis denomina Final de los Tiempos (no confundir con el Fin del Mundo que sucederá mil años después según el último libro de la Biblia). En fin, los comportamientos con agravios a Dios (¡ojo! ¡En cuanto Dios sufre por nuestro propio mal, provocado por nuestra maldad!) y a los hombres es tan grave y extensa, y el pecado de omisión, del Papa para abajo, por no inmolarse en defensa de este genocidio sin precedentes en la Historia sobre los más inocentes e indefensos, me hace exclamar: ¡Yo creo sinceramente –echando un vistazo a mi vida y a cómo están todas la naciones de la Tierra– que soy un hombre pecador en medio de un pueblo pecador, que merezco, ni más ni menos que nadie, pero con toda la Humanidad, que Dios, haciendo llover fuego y azufre nos borre de la faz de la Tierra y extinga esta raza maldita de los Seres Humanos, entre la que me incluyo el primero!
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