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La burricie de la frivolidad

18 de Diciembre del 2020 - Paco Domínguez (Avilés)

Oigo decir a una psicóloga y logopeda, en relación con la aceptación y uso de las medidas orientadas por los gobiernos autonómicos y central para reducir los efectos devastadores de la pandemia, que se debe educar a la población. Lo primero que me provocó tal respuesta fue una reacción alérgica a seguir escuchando a la graduada. Entre obviedades y vales (del verbo valer) retóricos, se marcó un discurso de autosatisfacción poco cercano a la condición educativa propuesta por ella misma. No es la primera vez, ni será la última, que se oye decir a personas sesudas, predispuestas a tocar la tecla definitiva de la vanidad, que todo pasa por la educación. No por la Educación, por esa otra educación masiva, utópica, cercana a los postulados de vacunación.

La primera pregunta que sugiere el axioma pedagógico, es qué estamento social se haría cargo de la responsabilidad instructora de la concienciación colectiva. La segunda hace referencia al conducto vehicular que haga visible lo intangible. La tercera se interesa por el coste del procedimiento.

Es bien sabido que hoy día las guerras se ganan desde el aire. En el caso que nos ocupa, desde el aire colonizado por ondas hertzianas. Grandes multinacionales de las ondas electromagnéticas, empeñadas en el magno objetivo de elevar la prudencia universal a categoría de virtud del alma racional y el balance anual a récord Guinness, eso sí, a costa del contribuyente. Lo malo, o peor, es, precisamente, el balance final, el coste social en vidas humanas inmoladas mientras dure el viaje a ninguna parte. Si a las puertas de la tercera ola pandémica, conocida la devastación sanitaria y económica de la imprudencia, bien difundida por todos los medios, necesitamos más pedagogía social, todo indica que somos refractarios a la asunción de cualquier tipo de orientación preventiva. O mejor, en nuestra escala de valores, el primer lugar queda reservado para lo lúdico a costa de cualquier bien superior. Vivimos en un mundo enfermo por la ludopatía. La burricie de la frivolidad nos devora a todos los niveles.

Y así vamos, a ninguna parte. Mientras otros estados de nuestro entorno olvidaron las guerras partidarias para emplearse a fondo en el objetivo final de empujar todos juntos hacia soluciones humanas, aquí seguimos, como ya ocurriera con las muertes del terrorismo, tirándonos cadáveres a la cara o dando soluciones ultraliberales, demostradas un fracaso sanitario y económico, como aquella inducida por Pablo Casado y concurrentes, que proponían aprender a convivir con este virus caprichoso, en demasiados casos mortal. No sé si sería suficiente con educar a la barbarie política y mediática, pero es seguro que ayudaría bastante.

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