Suicidio colectivo
Mi condición como ser humano, como amante de la vida y como persona con conciencia no me permite estar callado. Para variar. Hace unos días se aprobaba en el Congreso de los Diputados la ley de la Eutanasia. Es paradójico que un lugar con gran decoro y con tanto amor al servicio público haya acabado aprobando algo tan siniestro y escalofriante. Orgullosos se levantaban de sus asientos aquellos que habían dado un sí a la muerte. La parca no entraba en silencio. Tampoco al acecho. Entraba por la puerta grande, a hombros de socialistas y sus socios.
María Luisa Carcedo, exministra de Sanidad por el Partido Socialista, calificaba este suceso de la siguiente manera: "Se ha aprobado un derecho que nos hace más libres". Pues bien, señora Carcedo, permítame decirle que la única cosa que nos hace libres es estar vivos. Muertos somos presos de una cárcel de madera a unos metros de profundidad, alejados del lugar en el que la vida inunda todos y cada uno de los rincones de este mundo. Por nuestro cuerpo se abren paso los gusanos. Hasta estando fríos, muertos, servimos de alimento a los vivos. Sin ser conscientes de ello contribuimos a que la llama de la vida no se apague.
Aunque si queremos llevar este debate por los derroteros de los derechos, de las libertades y del yo y mis circunstancias, adelante. Han legitimado la muerte como alternativa legal. Eso es lo que han hecho. Explíquenles a los ciudadanos que ha sido legalizado el suicidio. Porque no encuentro la diferencia entre aquellos que deciden quitarse de en medio desde un puente o un séptimo piso. Mediante un arma o una soga. Con aquellos que lo hacen en una camilla de un hospital. Ambos creen estar en una situación en la que la mejor salida es quitarse de en medio. ¿No han querido ustedes jugar en el campo de los derechos individuales y de las libertades? Estos son sus rivales. Suicidarse es una decisión personal. No obliga a una tercera persona a hacer nada y perfectamente encajaría en la defensa del hombre libre. Ciudadanos libres e iguales. Además, en un año en el que las cifras y los números han estado tan presentes conviene recordar que al año en el mundo se suicidan aproximadamente 800.000 personas. Y para rematar. La misma exministra que hace estas declaraciones prometió hace años al recibir su cargo realizar una campaña para acabar con el suicidio de la misma manera que lo hizo su antecesora en el cargo, Carmen Montón. Un plan nacional contra el suicidio. Cuántas vueltas puede dar la vida, señora Carcedo.
Pero estas líneas no son una crítica destructiva. Un problema sin solución. Lo que necesitan las personas que se encuentran en estas circunstancias son unos cuidados paliativos de calidad. Se necesita invertir en vida. "Los abuelos no necesitan una dosis letal. Tu abuelo necesita cuidados paliativos y el afecto de su nieto", clamaba la campaña de Vividores en las redes sociales. En un año en el que la vida ha sido arrebatada a miles de personas en todo el mundo por un virus, se aprueba una ley que aumentará aun más las defunciones. No existía un momento mejor. Muerte y más muerte. Destrucción. Caos. Un nuevo derecho ha sido recuperado en el siglo XXI por la izquierda progresista, la de las libertades. El derecho a la muerte. El derecho al suicido.
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