Que lo seden
Qué crueldad la suya, doctora Isabel. "Que lo seden", implora amorosamente la familia y, usted, haciendo caso omiso, deja vivo al paciente y en su desasosiego a los parientes.
Una familia moderna y moralmente desprejuiciada (valga la redundancia), que tiene hospitalizado a un pariente, paciente de larga duración, aunque no vaya a visitarlo ("Total, apenas es capaz de una conversación mínimamente coherente"), no deja de sentir cierto inconfor interior (un sentimiento arcaico, tal vez rémora de medio siglo de nacional-catolicismo). Esa familia espera de la institución hospitalaria, como parte del servicio público en el Estado de bienestar, que sedándole al pariente la libere de ese regomeyo interno que le produce un vago malestar (muerto el perro, se acaba la rabia).
A juicio de este inexperto amateur de lecturas, "Al borde del invierno", de Isabel González Fernández-Argüelles, en LA NUEVA ESPAÑA de ayer, es un texto primorosamente escrito. Empezando por el título, que, más allá de lo meteorológico, prefigura presagios inquietantes. Es evidente que la doctora González F.-Argüelles pertenece a una generación que todavía sufrió los rigores de una enseñanza en español como lengua vehicular. Tal vez en esa experiencia dolorosa hunde sus raíces esa crueldad atávica que le impide celebrar que España esté en la Champions League de la eutanasia (entre los seis primeros), y en tercera regional de cuidados paliativos (puesto 36).
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