La destrucción de las fronteras es una quimera
En un mundo que sigue mirando hacia adelante, la construcción de muros fronterizos - tanto físicos como mentales - deja heridas abiertas y sangrientas. La voz de las personas que sufren no consigue llegar hasta las instituciones y se pierde en el olvido, como cenizas que se lleva el viento.
La sociedad en la que vivimos no deja espacio a la sensibilidad y a la fragilidad del ser humano. De hecho, solo un mundo gobernado por la pureza de los niños impediría que se cerraran las fronteras y posibilitaría la construcción de puentes. Los niños no conocen la crueldad de los seres "humanos", cuyo afán de poder los convierte en gobernantes planetarios que se creen con derecho a imponer sus leyes.
Pero ¿en qué nos hemos convertido? Sin embargo, la tierra –nuestro hogar– siempre ha sido el núcleo de guerras e injusticias que tampoco acaban en este siglo, aunque hoy en día nos definen "una sociedad desarrollada". ¿No es una locura toda la crueldad y el odio que nos rodean? El odio sin sentido hacia lo que no conocemos, hacia el extranjero, símbolo de incertidumbre, misterio y peligro. Sería suficiente pensar y documentarse para tener conciencia de lo que está pasando en el mundo y de los parecidos que nos unen.
Llegará un día en el que la conciencia de los gobernantes se dará cuenta del desastre que han hecho, de los sufrimientos, de la desesperación que lleva a recorrer caminos dolorosos, de los miles de muertos que cada día intentan cruzar una frontera para alcanzar la libertad o una vida digna.
Lamentablemente, hasta ahora la destrucción de las fronteras es un sueño y los sueños, sueños son. Pero esto no significa que no podemos luchar por ellos, dado que la mayoría de las revoluciones empezaron por un sueño.
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