Sobre el próximo jubileo compostelano del año 2021

A los entrañables amigos del Lar Gallego de Avilés

Las primeras referencias sobre la tumba del apóstol Santiago se remontan a un relato del beato de Liébana sobre el hallazgo por un ermitaño de Iria de un enterramiento (año 820), guiado por señales luminosas celestes. Este hecho es comunicado al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, que a su vez lo traslada al rey asturiano Alfonso II, quien se dirigió al referido lugar en el año 829, acompañado por dignatarios de su corte, convirtiéndose así en el primer peregrino del llamado “Camino Primitivo de Santiago desde Oviedo”.

Santiago el Mayor o Jacobus era hijo de Zebedeo y Salomé; nació en Betsaida en el año 5 (d.J.) y murió decapitado en Jerusalén hacia el 42, por orden de Herodes Antipas. Después del año 33, según la tradición cristiana, visitó Hispania desde Tarraco (Tarragona), o de Cartago Nova (Cartagena), de donde viajó a César Augusta (Zaragoza) y Gallecia (Galicia).

De un encuentro milagroso con la Virgen (2-I-40) nace la devoción por Nuestra Señora del Pilar en Zaragoza, y de ahí provienen los patronazgos de Zaragoza por Nuestra Señora, y de Santiago el Mayor por España. También es célebre la leyenda de la aparición del apóstol Santiago montado en un caballo blanco en la batalla de Clavijo, librada por Ramiro I contra los musulmanes en ese pueblo riojano (23-V-844), por la que se liberó el vergonzoso tributo de las cien doncellas. Algunos autores niegan el tributo y la batalla; aunque no pueden descartar duros encuentros cristiano-islámicos en las proximidades de Albeida, ni el muy poderoso aliento de Santiago al esfuerzo de la Reconquista. Por ello se entiende que Santiago sea reconocido como patrón de España, así como también del Arma de Caballería, cuyo himno pregona su lema de combate: ¡Santiago y cierra España!

Tras la ejecución de Santiago en Jerusalén, los restos del apóstol son trasladados a España, como acredita la bula del Papa León XIII (1884), y hoy se veneran en la magnífica catedral románica de su nombre en Galicia, donde yo he tenido ocasión de venerarlos reiteradamente durante mis estudios de Farmacia como alumno libre en la especialidad de Farmacia Vegetal, luego ampliada y concluida en la Universidad de Alcalá con la especialidad de Farmacia Clínica y Analítica.

La devoción del año jacobeo es muy anterior: se remonta al año 1122, en el que el Papa Calixto II lo establece, y determina la celebración del jubileo, cuando el 25 de julio cae en domingo (¿?). El culto y aprecio a Santiago es casi universal. Solo en América se aprecia en los topónimos de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, EE UU, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Perú, Puerto Rico, República Dominicana y Venezuela. Los peregrinos europeos provienen de Suecia y Finlandia por el Norte, a Grecia al Sur, pasando por Rusia, Ucrania, Alemania, Italia y Francia, sin olvidarse de Gran Bretaña por vía naval. Como muy bien postularon los catedráticos de Historia don Juan Uría (senior) y su hijo de la misma denominación –querido colega mío ya fallecido–, los peregrinos medievales europeos utilizaban inicialmente lo que hoy llamamos los Caminos del Norte por la costa cantábrica, pues poco más al Sur era “tierra de moros”, o como menos, “tierra de nadie”, barrida continuamente por las violentas aceifas de la caballería bereber, o por invasiones contrarias cristianas.

En tiempos del rey Felipe IV de Francia, se solicita por el monarca galo al pontífice Clemente V –promocionado por él al papado– la excomunión de la orden trapense con el propósito de incautarse de sus riquezas. Otorgada aquella, el gran maestre de la orden de monjes-soldados Jacques Molay es detenido, quemado en la hoguera y perseguidos sus frailes, que en gran número se refugian en España y Portugal, asentándose en monasterios creados en lo que hoy denominamos como el Camino Francés a Santiago, pasando por Pamplona, Logroño, Burgos, León y Astorga. Consecuencia de ello es que los trapenses se convierten en custodios de esa ruta, consolidada hasta ahora.

Hace ya casi diez años, colaborando con otros amigos a promocionar el Camino de El Salvador (de León a Oviedo), tuve ocasión de contactar con viejos compañeros de la carrera de Química bien relacionados con la magnífica catedral leonesa y consultarles sobre cómo verían la recuperación de nuestros Caminos del Norte.

Bien. Estamos saturados y sobra clientela para todos. También convenimos en el gran aliciente de combinar las rutas por el noble páramo de Castilla y la Costa Esmeralda, con clima de verano más agradable, inclusión de la Ruta Primitiva del rey Alfonso II, posibilidad de contemplar los tesoros de la catedral ovetense (cruces de los Ángeles y de la Victoria) y el Santo Sudario, no muy espectacular pero que constituye el mayor refrendo a la Sábana Santa o Síndone de Turín, por muy relevantes convergencias de ambos paños, en especial el análogo contenido micropaleontológico en polen y esporas de plantas coetáneas de Oriente Medio.

Hay que iniciar ya la promoción de los Caminos del Norte, y hacerlo desde Europa, que es de donde provienen los peregrinos. Por evidentes razones históricas, y otras que me reservo, debe gestionarse desde el Ayuntamiento de Oviedo, contactando con ciudades de Cantabria, Vasconia y Galicia, así como algunas francesas seleccionadas en las cuatro vías clásicas de ese país: Turolense, Lemovicense, Podense y Tolosense, negociando con sus alcaldes la instalación de cartelería vertical que invite a los viajeros a entrar a España por lrún, dejando las rutas de Pamplona, Roncesvalles, Ostabat, o su alternativa por Jaca, Somport, y la visita a Lourdes, al itinerario de vuelta por el Camino Francés. Otros detalles oportunos deben se rematados en su momento. No hay mucho tiempo para que comience el jubileo, y hay que empezar a trabajar, como muy sensatamente recomienda el presidente de la Federación Asturiana de Empresarios (FADE).