No me gusta un pelo
En "Nuestras fiestas de Navidad" (LANUEVA ESPAÑA del pasado 16), Ceferino Fernández incluye en sus votos navideños "a la señora Ayuso" no sin precisar que "no le gusta esta joven política un pelo; y aunque esto le resulte tan extraño a D. José Ramón Alonso Nieda". Allá cada cual con sus gustos y preferencias. Personalmente no me puedo pronunciar sobre la gestión de la presidenta Ayuso; no tengo estudiado ese dosier y procuro no hablar a la ligera.
Lo que me produce rechazo instintivo, es decir, no me gusta un pelo, es el trato vejatorio que le infligen a diario a Isabel Díaz Ayuso ciertos varones (con uve) de progreso, por la razón determinante de que se trata de una dirigente popular en el doble sentido del término: de derechas y sostenida por el voto y la opinión. Tiene Ceferino más razón que un santo cuando alude a mi "extrañeza". Mucho me extrañó, en efecto, verlo a él, persona tan considerada, deslizar, en el contexto navideño de benevolencia universal, ese venenoso pellizquín de monja de "Isabelita Malasaña; qué será eso"; una muestra palmaria del desdén desinhibido con que la izquierda se permite tratar a las personas de derechas por el hecho de serlo.
No extrañeza, pasmo tendría que producirnos ver a "los cristianos de base" (no deja de ser curioso que se clasifiquen por estratos) y un sector notorio de la clerecía entregados rendidamente a la tropa moñuda del "arderéis como en el 36". ¿Será que se han vuelto incombustibles? Eso les depararía mejor destino que a Calderón, "cuyos restos pudieron calcinarse o desaparecer cuando la iglesia fue utilizada como almacén durante la guerra". Como botafumeiro, en este sentido, nadie le gana al Padre Ángel: "Querido vicepresidente: lo único que me sale del corazón es dar gracias a Dios por tener personas como tú, que con tu trabajo y esfuerzo, y el de tu equipo, ayudáis a conseguir que un mundo mejor sea posible. Déjame pedirte ¡que Dios te bendiga! Y pedirte también que tú me bendigas a mí". O sea, "bajo palio".
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