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Covid-19 y la farmacia otoñal

25 de Diciembre del 2020 - José Antonio Flórez Lozano

La pandemia de covid-19 ha hecho vibrar los soportes de la organización sanitaria. El covid-19 nos ha metido en un túnel de miedo, dolor, inseguridad e incertidumbre. El miedo lo tenemos en el cuerpo, que no desaparece porque el peligro está ahí y el frenesí informativo tóxico y contradictorio sigue manteniendo niveles de alerta roja que disparan la ansiedad, la angustia y las alteraciones emocionales. La frecuencia de problemas de salud mental en profesionales sanitarios y en el resto de los ciudadanos en respuesta a esta epidemia viral es especialmente elevada. Rodolfo, se recupera día a día del maldito coronavirus; las secuelas son importantes (malestar, problemas gástricos, debilidad, mareos, dolores de cabeza, cansancio, etcétera), pero ha empezado a pasear y a sentir los primeros rayos de sol y las gotas de una lluvia fina en su cara; siente que tiene vida. Quiere extraer de su mente los efectos traumáticos de la hospitalización: olor a lejía, silencio de los enfermos intubados, puertas cerradas, tiempo limitado en cada box para minimizar la exposición al virus, pacientes que se van apagando, equipos de protección individual, mascarilla quirúrgica. Pero las preocupaciones obsesivas están ahí (¿confinamiento? ¿contagio? ¿desempleo? Una tras otra se relacionan con no tener un horizonte preciso de hasta cuando “durará esta tormenta huracanada”. Con el alta hospitalaria, Rodolfo se queja de desmotivación, sensación profunda de tristeza, reducción del tono vital, limitación de la energía física y psíquica (anergias)… Pero Rodolfo desea volver a ser la misma persona y ha encontrado una fórmula terapéutica válida que tiene un fundamento científico y que se encuentra en la propia naturaleza. En efecto, terminamos el otoño y con la disminución de la luz solar, comprendemos por qué el otoño-invierno es época de arrebatadas melancolías implementadas inmensamente por el miedo del covid-19. Frente al terremoto psicológico del covid-19 y al shock emocional de la desolación, existen terapias naturales interesantes y muy eficaces. Rodolfo dice que adentrarse en el bosque tiene algo de mágico; la alfombra de hojas y musgo le traslada de la agobiante información tóxica covid-19 a una agradable sensación de tranquilidad y de paz. Por eso, dice Rodolfo, pasear por los bosques, y por los hayedos muy especialmente, es una experiencia que puede llegar a hacer perder el sentido, incluido el de la orientación. En los bosques encontramos una serie de sustancias volátiles, llamadas “fitoncidas”, así como bacterias que son altamente beneficiosas para nuestro organismo, especialmente para nuestro sistema inmunológico, y nos fortalece frente al asedio del coronavirus. Así, por ejemplo, en plena estación otoñal, podemos contemplar la exhibición del roble y el arce con sus hojas de color rojizo. El bosque en otoño no solo se viste de tonos marrones: los amarillos, los ocres y los púrpuras también cobran un protagonismo importante. Ya en la periferia del bosque nos encontramos con gigantes hayas que se elevan hacia el cielo y nos acogen en su seno. Nos recibe un petirrojo con canto melancólico y autoritario como afirmando su territorio de calma y silencio. Más allá, dice Rodolfo, una gota de agua en la frente, es todo un significado de vida y de entusiasmo y el sol penetrando entre los árboles, produce un paisaje mágico natural, anunciado también por una ardilla que contempla silenciosa mi presencia. La atmósfera cambia, se respira aire fresco y limpio impregnado del olor a tierra húmeda y a musgo. Rodolfo observa los pequeños detalles: formaciones de setas que crecen en raíces singulares, plantas silvestres en flor, el canto de los pájaros (pájaro carpintero, malvís, petirrojo) apostados en los árboles y los rayos de sol que atraviesan dubitativamente sus copas, produciendo estampas espirituales que le llenan de esperanza. La expresión que escuchamos a personas, como Rodolfo, que practican el “baño del bosque”, es: “me siento como si hubiera nacido de nuevo”, como si alguien hubiera apretado el botón de reinicio. Árboles tan distintos que ofrecen un espectáculo cromático totalmente ecléctico y que cubren el suelo con hojas que forman una alfombra roja abrumadora. En fin, una gama multicolor maravillosa (cuasi sobrenatural) que el otoño extiende sobre el paisaje y produce una sensación de alegría exuberante. Un asalto cromático que implica calidez, tranquilidad, armonía, bienestar y seguridad. Una paleta de colores que nos brinda la madre naturaleza en las especies de árboles caducifolios durante el mágico otoño; una experiencia de gran sensibilidad que implica un estado emocional de gran tranquilidad, que modera el dolor, la angustia, los ritmos biológicos cerebrales y todos los indicadores psicológicos y fisiológicos del estrés, muy afectados por el miedo continuo al covid-19. En este vendaval de nubes grises, de paisajes desnudos y de lluvias, se abre de nuevo la esperanza, frente al asedio monotemático del covid-19. Sin embargo, realizar una inmersión consciente en los bosques, dice Rodolfo, es una experiencia psicológica integral renovadora (una psicoterapia intensiva) que le activa mentalmente y produce un bloqueo del estrés acumulativo del covid-19. Como dice Rodolfo, observar una flor, su perfecta armonía, una mariposa, es regresar a momentos únicos; es potenciar la atención disfrutando de ese instante irrepetible que nos genera un momento de calma, relajación y desconexión emocional. Momentos exquisitos, que son auténticas píldoras eficientes contra el estrés y las secuelas del covid-19 y que, al mismo, tiempo, no tienen ningún efecto secundario. La naturaleza es una gran medicina. Y, ciertamente, los pacientes reportan mejoras prolongadas y bien marcadas en su salud física y psicológica después de pasear un par de horas en la “terapia de bosque”.

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