Un discurso brillante y previsible
El Gobierno ya había anticipado, extraoficialmente, lo que iba a decir Felipe VI en su alocución navideña y no ha habido grandes sorpresas, más allá de las interpretaciones que cada cual le pueda dar a su discurso y a sus posibles intenciones.
Seguramente el Rey se ha quedado con las ganas de hablar más alto pero ha optado por la mesura, que es tanto como decir que ha medido muy bien unas palabras que iban a ser miradas con lupa.
Felipe VI no ha defraudado pero tampoco ha emocionado. Se ha limitado a cumplir con el obligado trámite en un año convulso en el que han brillado más las luces que las sombras, social, política y económicamente hablando, con el factor añadido de los devastadores efectos de la pandemia, que han sido el eje fundamental de su mensaje.
Los que esperaban que el Monarca se refiriera a los enredos de su padre solo habrán encontrado referencias al fortalecimiento de la Monarquía como institución. Este era, quizás, el tema que hubiera dado lugar a un mayor debate, pero el Rey ha sabido o ha querido esquivar, con su proverbial prudencia y de la de quienes le hayan asesorado en este trance.
En definitiva, un discurso bastante previsible, como cabría suponer.
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