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El juego de la vida.

30 de Diciembre del 2020 - Jaime Clemente Hevia (Oviedo)

Las casillas del tablero se han vuelto a acabar y nuestras fichas volverán a la posición de salida. Durante los primeros turnos el crupier parecía estar de nuestro lado. Los dados fueron generosos. Recorrí las carreteras del norte de España con una baraja digna de los mejores casinos. Asaltamos Biarritz, descendimos las mejores palas de Andorra, alzamos las copas bajo las estrellas de la helada noche en los Pirineos y nos mimetizamos en el ambiente que se respira por las calles de Pamplona al ritmo de unas frías cañas. Soñamos con cantarle a San Fermín, correr por Estafeta delante de un miura y vivir el éxtasis de una de las mejores fiestas de nuestra patria. Todo esto sin olvidarnos de saludar a los flashes de los paparazzi franceses ocultos por sus carreteras de montaña. La pela es la pela.

La siguiente apuesta en el tapete era Turín. Conocer la capital italiana de la región de Piamonte era la excusa perfecta para el reencuentro de unos amigos que desde que tienen noción del tiempo disfrutan de las playas de Sanxenxo cada verano. Y, sin embargo, la suerte no cayó de nuestro lado. La ruleta dejó de girar. Fuimos expulsados a nuestras casas quedando la partida a medio jugar. Entre todo este barullo los amores y los desamores siguieron su curso, porque por suerte o por desgracia ellos juegan en cualquier lugar. Sin importarles lo más mínimo el espacio-tiempo. Cuando parecía que no volveríamos a oír de nuevo el batir de los dados llegó el verano y con él nos adaptamos a las nuevas normas que se habían impuesto en un juego del que ya no sabríamos si saldríamos ricos o arruinados.

Junto con la familia y unos amigos que bien valen una vida, el calor castellano y el mar Cantábrico de la costa llanisca hicieron girar a la ruleta concediéndonos los números premiados. Sanxenxo volvería a juntar a los que año tras año allí se dan cita sin otro motivo que no sea asegurarse que todos caminan en la dirección correcta y recordar a los ausentes porque ellos nunca se marcharon. Agosto se terminaba y la bola cayó al rojo. La apuesta era arriesgada pero no se titubeó. La grupeta caminó hasta Santiago de Compostela. Y lo consiguió. Coraje, casta y corazón. Disfrutamos de una de las mejores experiencias que la vida puede darte. Conocerse a uno mismo enfrentándose a sus propios demonios. Esa misma sensación de libertad y alegría que genera subir las escarpadas cimas asturianas con grandes personas, ahora ya amigos, en los que depositas la ficha más preciada y cotizada de la partida. La vida. Llegó el invierno y con él la nieve cubrió de blanco las ciudades alumbradas por unas luces que irradian alegría a unas calles que en turnos anteriores fueron asaltadas por la soledad y el frío. El calor del hogar para aquellos que cayeron en la casilla de la fortuna fue el broche para una Navidad que nos recordó que la familia siempre será la mejor trinchera desde la que presentar batalla.

El casino mañana cierra sus puertas, las muñecas de los crupieres tienen derecho a un merecido descanso y la suerte debe recargar sus pilas para brindarnos las mejores plazas la próxima temporada. Quiero pensar que nos enriquecimos a pesar de la trágica partida. Y que nos hemos dado cuenta de que nuestros mayores tesoros siempre serán la familia y los amigos con los que nos sentamos alrededor de una mesa para recordar las gestas que antaño nos hicieron grandes. Y sobre todo para que aquellos jugadores que no consiguieron acabar la partida no sean víctimas del olvido sino del recuerdo eterno. Vístanse de gala, y prepárense. Las puertas del gran salón del juego de la vida están apunto de volver abrirse. Mucha suerte a todos.

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