El reality de la vacuna
Que la vacuna era esperada como “agua de mayo” desde Latacunga hasta Sebastopol era una evidencia tanto para los sufridos ciudadanos como para los dirigentes políticos y empresarios, dado el destrozo de magnitudes planetarias que nos está ocasionando ese microscópico virus, aparecido en la localidad de China de Wuhan y que se expandió como la pólvora a todos los rincones del planeta. Era y es comprensible la euforia desatada por todos en el inicio de la vacunación. Menos lo era la “batalla” por la imagen emprendida por aquellos políticos que, paradójicamente, fueron incapaces de tomar medidas efectivas para detener o paliar el avance de la epidemia, cuando no abiertamente prepotentes negacionistas.
Trump es, si nos descuidamos, el inventor de la vacuna. Gracias a Johnson, la ciencia británica ha salvado al mundo. Putin “el generoso” compartirá su Sputnik V con los desheredados de la tierra. López Obrador insistirá en que la vacuna no es nada si no va acompañada de la estampita de la Virgen de Guadalupe y... ¿Bolsonaro? Que ¡por fin!, Brasil ha dejado de ser un país de maricones. Todos han planificado con exquisito cuidado, eso sí, la puesta en escena de la primera persona vacunada en sus respectivos territorios porque todos los medios, a su vez, hablarían del “hito histórico”, del momento histórico que estamos viviendo.
Que la verdad no te estropee un buen titular. Para ello acude en ayuda de los malos políticos el tan devaluado concepto de “Histórico”. En una sociedad líquida como la que vivimos, nada tiene valor permanente y casi a diario, en algún lugar del mundo aparece algo “histórico”. Si aquello que ocurre no es “histórico” no tiene valor. Está devaluado. Por ello, todos quieren apuntarse el tanto. En estos días llega a resultar patético el desfile de políticos en los medios de comunicación destacando su contribución a la llegada de la vacuna. Ocurre tanto a nivel de países, nacional, como autonómico o local. Ejercen de “comparsas” (involuntarios) los abuelos que han sobrevivido a la escabechina del maldito bicho en los centros regentados por entidades buitres desde que posaron sus garras neoliberales en el gran negocio que ha supuesto el aumento de la esperanza de vida, como consecuencia de las políticas públicas del Estado del bienestar, pero que este, finalmente, olvidó la protección de sus mayores en la última fase de su vida, dejando en manos de los buitres (cazadores de oportunidades) un suculento negocio que no ha parado de crecer en los últimos veinte años.
Los creadores de los “realities” llevan días exprimiendo los ecos de “lo histórico”, los chascarrillos de las pobres “comparsas involuntarias”. En algunos se nota demasiado que los han preparado y cuidado la escenografía no vaya ser que “la verdad te estropee un buen titular” (como el de un residente de una residencia privada catalana que solo le faltó cantar “Els segadors” y al que le faltaban palabras para agradecer a las autoridades de la localidad “lo agradable que les hacían la vida a todos los residentes”). No, no celebro la primera vacuna, celebraré la última que recaerá en algún ciudadano del tercer mundo.
Nadie pone en valor a los héroes anónimos de esta tragedia. Pocos conocen la aportación de esa joven de origen indio Anika Chebrolu, estudiante de Secundaria en Frisco/Texas (en los EE UU del racista, antinmigración Donald Trump), quien descubrió una molécula que podría unirse al nuevo coronavirus e inhibir su capacidad para infectar a las personas. Y este hallazgo científico le valió a la joven ganarse el título de “mejor científica joven de Estados Unidos”. O al matrimonio de origen turco Ugur Sahin y Özlem Türeci, que son cofundadores de la empresa BioNTech, convertida ya en un símbolo del valor de la diversidad en las sociedades. Sahin señaló al “Frankfurter Allgemeine Zeitung” que “no habrían aceptado la colaboración con Pfizer si por ejemplo hubieran condicionado la distribución exclusivamente a EE UU”. Y así miles de científicos que desarrollan una impresionante labor callada, muchas veces mal remunerada (especialmente en España).
No, ellos no generan carnaza para los “realities” porque no salen de sus laboratorios ni los convencerán para estar presentes en un plató. Probablemente no sabrían qué decir que interese a los consumidores de carnaza. La ciencia está devaluada en el mundo de la inmediatez porque esta necesita tiempo, silencio y, por supuesto, el “vil metal”. La ciencia no tiene morbo y, sin embargo, la necesitamos como nunca.
El 2020 se va. Por fin llega el 2021. Ojalá el Nuevo Año nos traiga más ciencia, más investigación, más solidaridad, justicia y equidad y... si se puede, de propina, algo más de sentido común.
¡Feliz Año!
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