Qué puedes hacer tú por tu país (J.F.K.)
Creo que se ha superado el tiempo para que los ciudadanos, como “dueños” de esta gran empresa que es España, digamos basta, y tratemos de cambiar los criterios de selección de sus “directivos”, y así acabar con el camino a ninguna parte en que ha degenerado su nefasta gestión con estructuras desorbitadas, despilfarro sin límite, amén de corruptelas generalizadas, todo ello de conocimiento general, e impedir que nos lleven a la mayor de las ruinas, o a algo aún peor ante los pactos de los actuales con los que quieren destruirla. Se impone esta llamada a nuestras conciencias ante los graves desafíos actuales y, sobre todo, porque la defensa de principios y valores, así como la correcta administración de nuestro patrimonio no es solo un derecho que nos asiste, sino también una de nuestras mayores obligaciones, de cara a la herencia que vayamos a dejar a las generaciones futuras. Y no es suficiente con que cada cuatro años vayamos a depositar nuestro voto para elegir a los menos malos, entre los mediocres, que ellos mismos se han encargado de imponernos como elegibles al haber subvertido, en su propio interés y con una habilidosa ingeniería política, la democracia deseable en la maligna partitocracia y semillero de oportunistas que padecemos, aprovechando el pasotismo, que tan bien han sabido sembrar y cosechar, de sus auténticos dueños.
Yo propongo, como respuesta de avance en el análisis para la búsqueda de soluciones, el que debería ser cuasi obligatoria, o al menos muy deseable, la afiliación de la gran mayoría de los ciudadanos con derecho a voto en alguno de los partidos políticos, como la mejor forma de una participación activa en la continua mejora de la gobernabilidad de España por los más preparados. Y ello, a pesar de la actual desafección general a entrar en política ante su enorme y bien ganado desprestigio del que puedo dar fe por haberlo sufrido, de forma muy cercana, con motivo de la fusión de mi añorada Caja Duero. Para lograrlo, se impone, también, una respuesta de reorientación complementaria con un cambio radical en la generosa e incongruente financiación de los partidos con las subvenciones del Estado y que en lugar de serlo por los votos recibidos en las distintas elecciones y por los diputados generales, autonómicos y provinciales, senadores y concejales conseguidos, como hasta ahora, lo fuera por el número de militantes que, sin coste directo alguno para los mismos, tuvieran en sus filas.
Con las más que obligadas campañas de afiliación, hasta ahora inexistentes para defensa de sus pesebres, y que deberían aliñar con las mejores ofertas de funcionamiento si en ello les va el futuro y la supervivencia, se alcanzaría, por un lado, el necesario efecto multiplicador de sus bases y como consecuencia el enriquecimiento del nivel en la selección de sus candidatos y por otro, más importante, la imprescindible y urgente regeneración de los partidos y, por ende, de la democracia en general.
Pero no nos engañemos, siendo ellos mismos, con su bien tejido corporativismo y en contra de sus intereses, los que tendrían que arreglar semejante entuerto, habrá que confiar en que, ante su alarmante y creciente desprestigio, lo incluyan en sus programas electorales o, mejor aún, que pueda surgir alguno nuevo del despertar de una gran mayoría responsable o que alguna plataforma altruista y con suficiente poder de convocatoria asuma estos principios y promueva su llevada a efecto.
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