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Y no nos falten nunca

6 de Enero del 2021 - Nacho Rozas Mera (Oviedo)

La mañana del 6 de enero salgo de mi casa nervioso, lleva pasándome desde que tengo uso de razón y me seguirá ocurriendo hasta que la pierda. Voy, como cada año, a casa de mi abuela.

Siempre brilla el sol la mañana de Reyes, brilla incluso cuando no está. Lo sé porque se refleja en los ojos de los niños que se van cruzando en mi camino. Este año se aprecia mejor porque todos llevan mascarilla y las miradas atrapan. Ojos azules, marrones, negros, grises -como los míos-, pero todos con un denominador común, la ilusión de la infancia. Esa ilusión que, ya adultos, el 6 de enero regresa. Veo a las madres sobreprotectoras -"Miguelín, ponte bien la mascarilla"- sentadas en las terrazas de los bares, luciendo jerséis y bufandas nuevas. Un montón de bolsas rebosantes de regalos se mueven hacia mí, descubro a la abuela que las lleva, sonriente bajo la mascarilla y con las gafas empañadas, e intuyo que va a ver a sus nietos. Un tío juega al fútbol con su sobrino. Pienso que la relación tío-sobrino, quiero decir consentidor-consentido, es de las más especiales. Hay un hombre que compra el periódico llevando el pan bajo el brazo.

Este año destacan las cajas de Amazon en la basura, lo cual dificulta uno de mis ejercicios favoritos: saber qué juguetes han ido dejando Sus Majestades por los embalajes que se tiran. Que si unos Playmobil, que si una cocinita, ¡qué suerte, la Playstation!

Ya me acerco a casa e intuyo a mi abuela esperándome tras el cristal de la ventana del salón. Sé que, como siempre, estará repleto de regalos. Me lo imagino. Cuando entro veo los huevos cocidos en la encimera, los papeles de regalo en la basura, las croquetas en la sartén, lo de siempre. Me invade un aroma muy especial, el olor a familia.

El roscón, que solo como hoy, me acompañará durante la sobremesa, pero mis abuelos lo desayunarán toda la semana. A media tarde pienso que no sé qué es lo que siento, si nostalgia o felicidad, y entonces pienso en los viejos amigos, en los amores que se han ido, en los que han llegado, en los que llegarán. Echo un poco de menos a todos. Destaca por encima echar de menos a mi madre, con la que, por aquello de que ahora hay que dividirse en Navidad, hace años que no comparto este día. Entonces llamo a mis amigos. Siempre disfruto más de los regalos de los demás, me hace feliz la felicidad ajena. Les pido que me cuenten sus regalos, que me los enseñen, que sean, de nuevo, niños como yo.

Llegada la noche me atrapa un deseo que reza algo así como: "Tengan ustedes, Majestades, un buen viaje de vuelta. Y no nos falten nunca".

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