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La resiliencia del alma

8 de Enero del 2021 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

En 2004, un estudio neurocientífico declara a Matthieu Ricard el “hombre más feliz del mundo”. Dedicado al budismo, atribuye este resultado a la meditación.

Ricard, quien es asesor del mismo Dalai Lama, lleva más de 40 años sin sexo, sin una compañera en su vida, alejado de la tecnología, las nuevas tendencias y sin bienes materiales.

Para él, la felicidad “es más bien una forma óptima de ser que resulta del cultivo de muchas cualidades fundamentales como el altruismo, la compasión, la libertad interior, la resiliencia, el equilibrio emocional, el equilibrio interior, la paz interior y otros”.

Se pueden ir uniendo todas las líneas que sean, hasta que, si así se diera, se una el primer punto de la primera línea con el último de la última, en ese momento, las líneas se convertirán en lados que cercarán un espacio.

Mi primera línea fue “el hombre más feliz del mundo”.

La segunda “la resiliencia”.

Se me aparecieron hace unos días y no me dijeron nada. Ayer vi la peli “El marido de la peluquera”. La tercera línea, que hizo de las tres los lados de un triángulo contentivo de un claro mensaje: Tu próximo aburrimiento lo mitigarás escribiendo algo al respecto.

En eso estoy en este momento. Desde luego que no se me pasa por la cabeza una obra literaria semejante a la del señor Ricard. Lo que sí se me pasa es que, si todo el temario gira en torno a lo que para él es la felicidad, que he pegado más arriba, posiblemente el noventa por cierto de lo por él escrito se podría condensar en una sola palabra que usa para este fin, “resiliencia”.

Puede que muchos no la conozcan. Yo la conocí... buf, con toda seguridad hace más de 50 años. Y dejó de existir para mí hasta este cercano instante en que de nuevo la leí, hace, aquí puedo ser más preciso, mes arriba o abajo, hace 23 años.

Con ella, de inmediato, acudió a mí el recuerdo de las minas de Guayana. Barrabás, el minero buscador de oro y diamantes que consiguió el mayor diamante, homónimo, hallado en Venezuela. Dos días de farra ratificaron el inapelable destino del minero. Putas y ron, su perdición. Al amanecer con la resaca del día siguiente, Barrabás era tan pobre como antes de haber conseguido el ansiado pedrusco.

Bueno, pues algunos elementos de las máquinas usadas en esta minería están sometidos a una abrasión tan grande que constantemente han de ser recargados con electrodos de una dureza no menor de 60 HRC. De ahí mi conocimiento de la palabrita.

Algunos sinónimos para hacer más asequible “resiliencia”, dureza, resistencia, fortaleza... etcétera que es lo que él, Ricard, quiere decir, aunque, naturalmente no refiriéndose a ningún metal, ni al físico del ser humano, sino a su alma.

De Perogrullo, si recargas, recubres, tu alma con un caparazón impenetrable, si nada te puede dañar, nada puede causarte dolor, no conocerás el sufrimiento, pero, ¿serás por ello el hombre más feliz del mundo?

“Felicidad.- Estado de ánimo de la persona que se siente plenamente satisfecha por gozar de lo que desea o por disfrutar de algo bueno”.

Gozar de lo que desea. De qué vas a gozar si nada deseas.

Disfrutar de algo bueno. ¿De qué, si no conoces lo malo, que a tu alma no llega porque tiene un escudo protector que impide el paso de lo que pueda causarte dolor?

Quizá seas el menos infeliz del mundo, pero ¿el más feliz?

El marido de la peluquera lee la póstuma carta de su amada:

“Mi amor, me voy antes de que te vayas tú, me voy antes de que dejes de desearme, porque entonces solo nos quedará la ternura. Y sé que no será suficiente. Me voy antes de ser desgraciada. Me voy llevando el sabor de nuestros abrazos, llevando tu olor, tu mirada, tus besos, me voy llevándome el recuerdo de los mejores años de mi vida, los que me diste tú. Te beso infinitamente hasta morir. Siempre te he amado; no he amado a nadie más. Me voy para que nunca me olvides”.

Es evidente, me parece a mí, que la mayor felicidad es sentir la felicidad del ser amado y, consecuentemente, el mayor dolor, sentir su dolor.

Lo cual hace evidente que, ni por asomos, Ricard puede vivir los sublimes momentos de felicidad suprema que han vivido la peluquera y su marido.

No menos evidente que tampoco vivirá el desgarrador sufrimiento de los amantes.

La cuestión.

Si la horizontal es la línea de vida de un trozo de carne con ojos, la felicidad se eleva sobre ella hasta el infinito y el sufrimiento se hunde hasta el infinito bajo ella, considerando que el punto más alto no condiciona el más bajo, y viceversa, ¿qué quieres para ti? ¿Preparar tu alma para mínimas alteraciones, que no se aleje mucho de la horizontal? ¿O dejarla libre de alcanzar el cielo, sabiendo que con ello corres el riesgo de hundirte en el infierno?

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