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Barones, caciques y la banda de los cuatro

26 de Julio del 2010 - J. Jesús J. Suárez González (GIJON)

Una de las consecuencias más perniciosas de la eternización de las personas en cargos públicos es el despotismo que se deriva de su convicción de que, por encima de todo, les pertenecen. Después de años usufructuando el poder en CC AA y ayuntamientos, algunos individuos se han convertido en personajes muy peligrosos para la ciudadanía, para sus propios partidos y para España. Muchas de las decisiones importantes ya no se toman en los órganos de dirección de los partidos políticos, son los barones regionales y los caciques que dirigen los ayuntamientos, como si fueran sus cortijos, los que las toman. ¿Alguien se acuerda de aquellas elecciones primarias donde los militantes de base elegían a los candidatos?, claro, eso se parece mucho a la Democracia, pero la libertad de elección es un instrumento de subversión contra los poderes fácticos. El Estado de las autonomías no sólo ha descentralizado, para bien o para mal, las administraciones públicas, también la mayor parte de los presupuestos y, lo peor, el poder. De poco nos serviría echar a gorrazos a un presidente del Gobierno incompetente si en las regiones, en los nuevos reinos de Taifas, continúan en sus poltronas los sátrapas. Mientras los trabajadores, los pensionistas, los funcionarios, los comerciantes, los empresarios, etcétera, pasan grandes penurias por la crisis económica, mientras en España vuelven a aflorar las tensiones territoriales con una gravedad que nos retrotrae a tiempos afortunadamente casi olvidados, La Casta, es decir, los políticos, ese grupo social que vive de nuestro dinero pero que continuamente nos toma el pelo, se han puesto a trabajar en lo que verdaderamente les importa. Estos días proliferan las reuniones y aquelarres, donde, por un lado, se concretan candidatos y, por otro, se ponen zancadillas. Entre cuatro sinvergüenzas, a los que poco les importa el parecer de los afiliados y de la opinión pública, deciden en qué lugares de las listas electorales, cerradas y bloqueadas, van a poner a sus compañeros del alma y a ellos mismos. Si esto es la Democracia, que venga Dios y lo vea.

Mao Tse-Tung o, como se dice ahora, Mao Zedong se dio cuenta de que el poder del Estado y del partido se había disuelto como un azucarillo en el inmenso mar de los burócratas. Hasta tal punto que se había desdibujado la revolución y ya era imposible reconducir el destino del país sin soluciones traumáticas. Tuvo que recurrir a los trabajadores y a los estudiantes, a la Revolución Cultural, para acabar con aquel estado de cosas. Algunos no tomaron buena nota, incluida su esposa y la Banda de los Cuatro que, años después, también fueron purgados por uno de los que, como tantos otros, fue encarcelado injustamente por el Gran Timonel, nos referimos a Deng Xiaoping, que, desde su cargo de secretario de la Comisión de Defensa (nunca fue presidente ni primer ministro de la República Popular) fue el verdadero artífice de las reformas imprescindibles para el despertar del gigante asiático y de acabar con el culto a la personalidad y el nepotismo.

Afortunadamente, España es una democracia y tenemos una Constitución que puede ser usada con la misma contundencia que El Libro Rojo contra los enemigos del Estado, desde el imperio de la ley.

Algunos barones, como Montilla, amenazan a su propio partido y pretenden pasarse por la entrepierna las decisiones del Tribunal Constitucional, otros, como la nueva Banda de los Cuatro que capitanea el alcalde de Oviedo, Gabino de Lorenzo, conspiran contra el candidato que las bases del PP anhelan, contra Francisco Álvarez-Cascos, al margen de los órganos de su formación política, falsificando documentos y declaraciones si hace falta.

Quién sabe, quizá veamos a Deng transmutarse en Paco.

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