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Una lección de Manuel Azaña

13 de Enero del 2021 - Ricardo Luis Arias (Aller)

A finales del año pasado se recordó el 80.º aniversario del fallecimiento de ese ilustre y famoso político que fue presidente de la II República de 1931, cuyo mandato ejerció con acierto y ejemplaridad. Se puede decir de él que fue el mejor presidente que tuvo aquella República que unos y otros, izquierdas y derechas, sus extremistas y radicales, malversaron y convirtieron en historia y pasado. Y que Azaña tuvo que soportar, con dignidad y tolerancia en el Congreso y fuera de él. Manuel Azaña, a pesar de aquellos fuertes temporales políticos tan agresivos, tuvo la mejor acción gubernativa de la República, que nadie reconoció ni agradeció entonces, más bien todo lo contrario. Tardío y lejano recuerdo el que le hace hoy, 80 años después de su fallecimiento en su exilio en Francia.

Uno va a recordar hoy aquí una anécdota de Azaña, propia de su temple y hombría de bien. Alguien se extrañará de que un niñato como era en 1931, con 12 años entonces, pueda saber y conocer de tan lejanos tiempos, cosa que ya ocurría a mi corta edad y así se lo decían a mi querida madre (que al perder a mi padre, él con 30 años y yo con 6, fue padre, madre, profesora, amiga, confidente, lo fue todo, compartía conmigo cuanto era noticia y acontecer en el tiempo tan convulso social y político que se vivía y transmitía la prensa, en la que destacaremos al "Sol", "ABC" y "Ahora", periódico fundado en la República para hacer frente al "Abecé", de igual formato. Y creo que fue en "Ahora" donde mi madre me enseñó la responsable y correcta actitud de Azaña cuando un energúmeno diputado le insultó en el Congreso. El presidente Azaña, cordial y hasta sonriente, le dijo que se tomara una taza de tila, y “cuando vuelva a esta cámara mañana, señoría, por favor, no deje en casa la educación, como hizo hoy”.

Creo que era obligado recordar esto de Azaña en el 80.º aniversario de su fallecimiento, en su exilio francés. Por cierto, que nadie recuerda, o no quiere recordar, que lo hizo cristianamente.

Si todos los demás presidentes hubieran sido como Manuel Azaña, posiblemente hoy España seguiría siendo una República, pero no como la de 1931, sino todo lo contrario, ejemplar, democrática y constitucional. Bajo una misma bandera, la de siempre, la de todos, porque nunca se debió cambiar por otra que no era la real, la verdadera, la oficial, símbolo de una historia que tampoco nadie pueda cambiar. Dicho sea, objetivamente, en este pandémico principio de año que a todos deseo muy feliz.

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