"El sentido de la vida", nuevo libro del doctor Bousoño
Hace pocos meses, a petición del Dr. Bousoño, buen amigo y compañero de profesión, escribí el prólogo de "El sentido de la vida", un libro de unas doscientas páginas que ahora ha salido a la calle y que me parece muy recomendable, para aquellas personas interesadas por un tema tan vital. En este artículo transcribo una buena parte de dicha introducción, como deseo de eco sobre el interés que pueda suscitar entre los lectores.
En el diccionario de la Real Academia Española encontramos once acepciones de la palabra “sentido” y diecinueve de la de “vida”, y aunque algunas de ellas no nos sirven para afrontar el concepto del título del libro, "El sentido de la vida", no son pocos los significados que sí lo hacen. Lo expresan de modo sustancial y profundo, pero sencillo, como por ejemplo apuntan estas citas literales: “Razón de ser de la actividad interna mediante la que obra la persona”, “finalidad del modo de vivir en lo tocante a la fortuna o desgracia” o incluso “finalidad del estado del alma después de la muerte”... Son conceptos que nos competen a todos y son importantes, sustanciales, nos pueden llevar a la felicidad o al infortunio, con muchos matices intermedios y con muchas variedades en el desarrollo temporal de nuestra existencia. Por lo tanto, podemos considerar que el sentido de la vida es un saber que vale la pena buscar con ganas y esfuerzo y tratar de conocer siempre más.
En el referido libro que tratamos, el doctor Bousoño cita un pensamiento de Thomas S. Elliot –autor anglosajón premio Nobel de Literatura en 1948– que dice así: “¿Dónde se fue la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento? ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido con la información?”. Y que puede servir para darnos cuenta de cómo en los tiempos que corren es fácil que sacrifiquemos el conocimiento profundo de las cosas a base de saturarnos de datos y noticias y por supuesto que esta falta de saber no nos permita además ni siquiera atisbar la verdadera sabiduría para la vida.
SUMARIO: Breve síntesis del prólogo de la obra, que escribió el autor de este artículo
DESTACADO: El sentido de la vida es un saber que vale la pena buscar con ganas y esfuerzo y tratar de conocer siempre más
En este sentido, el doctor Bousoño es un hombre que está muy informado, tiene una excelente preparación, estudia, sabe mucho de su profesión y de la vida y además tiene una inteligencia práctica notable. Por lo demás, sabe mucho de la fisiología neuronal y la química del cerebro, lo que le da una agilidad especial para moverse en el conocimiento de los dóndes, cómos y porqués de la conducción e integración de las percepciones sensibles, emociones, respuestas automáticas, estados de ánimo, etcétera; dentro, claro está, de lo limitados que son todavía los conocimientos científicos en esas áreas.
El concepto de “sabiduría” ya nos llevaría por otros derroteros más espirituales, pues se puede entender también como un don de Dios, que añade a la inteligencia, la reflexión, la prudencia y el estudio de quien quiera que sea ese toque divino que deja al sabio a un medio camino entre el cielo y la tierra, por hablar de una manera un tanto poética. Y así podría decirse también que a Manuel Bousoño sobre esta cuestión también “se le ven maneras”, como se puede decir de los toreros buenos ante el toro. De modo que él es una persona óptima para abordar un tema sencillo y a la vez muy difícil, como es ni más ni menos el sentido de nuestra vida.
Para terminar este artículo se puede añadir que las facultades como pensador y autor del doctor Bousoño tienen otro “plus” de calidad. Se trata de la circunstancia vital de sus años de adolescencia y primera juventud, que le llevaron con su familia a México y que desde allí, al acabar su Bachillerato, fue a Canadá al curso de College –institución universitaria de enseñanza pregrado– que luego continuó con la carrera de Medicina en la Facultad de Oviedo. Y de esa preparación norteamericana se nota mucho el temple que da a sus charlas, conferencias, participaciones verbales y escritas, pues las hace muy dinámicas, abiertas, brillantes; características a las que no es ajeno este libro, que otra vez más recomiendo vivamente.
Será el propio lector de “El sentido de la vida” quien podrá sacar las conclusiones al finalizarlo. Y esas buenas ideas que haya aprendido leyéndolo, con mucha probabilidad, podrán ser el mejor epílogo de este libro estupendo.
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