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Pegajosas redes sociales

18 de Enero del 2021 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

A mis años empiezan a cansarme ciertas cosas. Por ejemplo las redes sociales con sus estructuras. Eso de estar todo el día, o unas cuantas horas, pendiente de lo que ocurre en Facebook, Whatsapp, Instagram y otros me está resultando cansino. Es más, a veces uno le da vueltas a la mente pensando... Pensando en si sería conveniente darse de baja de todos esos modernismos que, a cambio de ponernos al día con noticias de rabiosa actualidad, de facilitarnos a simple golpe de tecla la forma de hacer tal o cual cosa de tal forma, de escribir o contestar a los amigos particular o colectivamente, nos impiden, por ejemplo, poder leer con tranquilidad la prensa de papel, un libro, o hacer una caja nido ahora que pronto se repite el hermoso ciclo de la procreación de las aves. O para prolongar las tertulias en casa o con los amigos. O para preparar la tierra para el próximo huerto. O para meditar, o para escribir, o para cocinar... En fin, para hacer un montón de cosas que las modernas redes sociales nos impiden poder hacer robándonos cada vez más, sin que nos percatemos de ello, parte de nuestro precioso tiempo.

Todas estas meditaciones que llevaban un tiempo rondándome diariamente, incitándome a abandonar las redes sociales, se han ido al traste. Después de sopesar sus pros y sus contras han salido airosos los primeros, aunque con serias reformas. ¿Que cuál ha sido el motivo? Les cuento: Hace dos días, al regresar a casa de mi diario paseo, me percaté de que me había dejado mis gafas, con funda y todo, por el camino. Con tal pérdida, además de impedirme realizar mis cotidianas tareas, veía castigada mi pensión de un mes a más de la mitad de su importe. Ya sé que hay cosas muchísimo peores que perder unas simples gafas progresivas, pero como la mayoría de los pequeños disgustos generalmente afectan al individuo en proporción a su edad, pues el que les cuento a mí me preocupó profundamente, al menos por unas horas. Después, ya rehecho del golpe, publiqué a los cuatro vientos en las redes mi llorada pérdida. Pasadas menos de veinticuatro horas se me apareció el ángel de la guarda en forma de María Jesús, una señora a la que quedo eternamente agradecido ya que, después de ver el anuncio en Facebook, me llamó al teléfono indicado para comunicarme que había encontrado mis gafas. ¿Cómo me voy a borrar ahora de las redes sociales? ¿Y si vuelvo a perder mis quevedos? ¿Qué hubiera pasado si ella no estuviera en las redes sociales?

Pero a partir de ahora prometo administrar mejor mi tiempo para que me dé para más cosas de las que hasta ahora me daba. Las redes las tomaré como el vino, cada vez más en pequeñas dosis. Entre otras razones para poder leer el periódico de papel, del que siempre me gustó empezar por el final, disfrutando al tiempo de su tacto y de su inconfundible olor, lo mismo que le ocurre a mi querido amigo Juan, también asiduo lector de LA NUEVA ESPAÑA.

El extravío fue de gran provecho. No hay mal que por bien no venga, pues además de dejarme contento y espabilarme la guardia me agudizó el ingenio, ya que ahora las tengo en mi poder con su funda al lado, a la que le puse mi nombre y teléfono, por si las moscas...

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