Poderoso caballero es don Balón
Don Francisco de Quevedo nos dejó acuñada la frase, ya tan gastada por el uso, de: "Poderoso caballero es don Dinero". Yo creo que de haber vivido en nuestro tiempo, don Francisco la habría sustituido por: "Poderoso caballero es don Balón", aunque le fallara la rima.
El domingo 17 de enero me acerqué, como cada mañana, a comprar LA NUEVA ESPAÑA y en el mismo kiosco ya me sorprendió el hecho de que el periódico abría portada con la foto de un señor aficionado al fútbol y seguidor incondicional del Sporting de Gijón. Luego en la página 49 de la edición del mismo día vuelven a repetir la misma foto de portada y la de otros dos seguidores más de dicho club de fútbol; uno de ellos es don Fernando Fueyo, quien fuera hasta hace poco y durante varias décadas cura párroco de la parroquia de San Nicolás de Bari en el gijonés barrio de El Coto.
Yo, que soy uno de los escasos especímenes raros a los que lejos de apasionarles el fútbol profesional les provoca rechazo, en vez de aceptar que el fútbol es el espectáculo de masas de los últimos cien años, resulta que así, a bote pronto, sin pensar más allá, al ver ocupando portada en el primer periódico en ventas de la región la foto de un señor dentro de su domicilio planchando la camiseta del Sporting, en principio me dejó bastante extrañado, pensando si quizás el puñetero covid-19 además de desgraciar a cuantos pilla de lleno quizá nos estaba afectando al raciocinio normal de todos los demás.
¿Alguien puede entender que pueda ser noticia de portada de un periódico que un señor planche en su casa la camiseta del equipo de fútbol de sus amores? No lo entiendo. Conozco al señor de la foto desde que era niño, lo respeto y lo considero por sus logros profesionales, pero encuentro raro que haya aceptado que los periodistas se hayan colado en su casa no para hablar de lo competente que es en su labor profesional, sino para algo tan banal, según mi opinión, como es ser aficionado a seguir la batalla de los modernos gladiadores.
Lo de don Fernando (el cura) no me atrevo a calificarlo. Le conozco y le respeto, pero esta pasión suya tan desmedida por algo tan alejado de sus creencias y medio de vida como es el de ser sacerdote, la verdad, me cuesta entenderla. Todo mi respeto hacia él, pero poco o nada a su afición, por lo que yo considero un negocio de mercaderes de alto standing al estilo de los que Cristo desalojó del templo.
Tengo la impresión de que la religión y el fútbol profesional se parecen como un huevo a una castaña.
Como estoy seguro de que mi escrito va a provocar más bien rechazo generalizado que adhesiones, me adelanto a pedir disculpas por mi torpeza y rarezas, tanto al periódico como a sus lectores y seguidores del "circo de nuestros días".
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