Aún cabe la esperanza
Me encontré el otro día a unos viejos amigos, de esos que te encuentras cada diez años, y dejé que la conversación fluyera por donde ellos la llevaran. Ya cerca de los 80 y con la que está cayendo, aún hacían planes de viajes y... me preguntaba si habrían sentido la necesidad de pensar en si hay un más allá de esta vida cuando esta se está acabando, pero no, al parecer no les importaba mucho lo que venga después, o simplemente es algo en lo que a las personas en general, y sobre todo en este general presente tan poco dado al espíritu, no les apetece pensar.
Es como si se ahorraran el esfuerzo, o la inquietud, la incertidumbre, dejándolo todo en manos de... ¿la providencia?... ¿la casualidad ciega?... No es un planteamiento muy razonable pero sí es una filosofía: "Mientras vivo en esta vida corta -una tortuga vive trescientos años y un árbol mil-, pues la vivo sin preocuparme de si existe otra que me condicione en esta y, después... pues ya me meterá quien sea en su plan general". Es una paradoja o incongruencia que novelas y películas sobre el futuro y el más allá hayan cautivado la imaginación de una generación que no busca nada tras esta vida tan insatisfactoria en vivencias, sentimientos, oportunidades, alegrías, amores, lealtades, bondades, una existencia sin paz, sin sosiego, sin espiritualidad.
¿Cómo podemos definir a la persona que prefiere creer en la teoría de la evolución, una teoría que no está probada ni en los estratos terrestres ni el resultado final -he ahí al hombre y al mono, al mismo tiempo- porque así puede inhibirse de responsabilidad ante el Creador del universo del que formamos parte, y al final de la vida, esperar que haya un dios que nos reserve en alguna forma para sus planes de futuro? Os dejo esta respuesta: "Porque el salario que el pecado paga es muerte, pero el don que Dios da es vida eterna por Cristo Jesús nuestro Señor". (Rom.6:23) Hay que buscar el don.
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