Otra historia interminable
Entre todos crearon la casa para todos. Se fueron asentando en sus respectivas habitaciones y en ellas crecieron y se multiplicaron.
Por supuesto que una casa de medio millón de kilómetros cuadrados, construida en un lugar privilegiado, había de tener habitaciones de todas las condiciones. Unas interiores, con vistas limitadas y al patio de luces. Otras con vistas al mar. Otras a la montaña. Otras al mar y la montaña... Con salida al jardín o directamente a la calle...
En fin, de todo para todos. Un todos variopinto, dada su variopinta procedencia, pero, en definitiva, seres humanos con los rasgos que caracteriza al común de ellos: primero nos, después nos y a continuación nos. Y todos buenos hasta que, si ven la oportunidad de sacar partido, no tienen problema para volverse malos.
Y, entre todos estos inquilinos, ¿quiénes tendrían mejor oportunidad de rentabilizar su inquilinato? De Perogrullo, ¿no?
De manera que, con la colaboración, porque la ingenuidad también es una condición bastante generalizada de la especie, de los menos agraciados, que, pensando (ingenuamente): “Siendo la casa de todos, realcemos lo ya alzado para beneficio de todos” hicieron aún mejores las ya mejores habitaciones.
Hasta que, ¡ay amigo! Si los buenos tienen oportunidad de pillar...
Les sale la maldad y ¡no! ¡Qué va! Esta, que decís habitación, no es tal, es una casa y es mía, por las buenas o por las malas.
Y a las malas van a por ella. Y como la presidencia de la comunidad se la rifan entre soplagaitas y traidores, distintas versiones de vividores consentidores, pues a prosperar los que quieren pasar de inquilinos a propietarios, que, naturalmente, son todos aquellos con mayores oportunidades de negocio.
De manera que, como no cambie el criterio de los inquilinos a la hora de elegir al presidente de la comunidad... Mala vaina. A tomar por el c... la casa de todos.
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