El Peregrino ruso
P“Peregrino ruso” II. Valor terapéutico de los Santos Evangelios
El peregrino ruso no sabía leer, tenía una mano seca. Tampoco podía trabajar. Sin embargo, citando a san Juan Crisóstomo, hace referencia al valor taumatúrgico de las Escrituras porque alejan los malos espíritus. Gracias a ellos este “yurodivi” o “strañik” vagabundo de la estepa rusa aprendió a leer milagrosamente no solo en ruso, sino eslavónico, que es la lengua sagrada en la cual se canta la misa y se lee la epístola. Los patriarcas de las heptarquías orientales se negaron siempre a proceder a eso que llameamos los católicos el “aggiornamiento”. Desde el Vaticano II a mí me parece que nuestra fe católica ha sufrido un expolio. Las vernáculas no alcanzan la solemnidad, contundencia y concisión de la lengua latina. No la toquéis más que así es la rosa. No hay religión sin arcano. El misterio de lo inefable e incomprensible de la magia del cristianismo. ¿Quién podrá explicar por ejemplo la procesión trinitaria o el dogma de la Encarnación? La mente humana tiene cercenadas sus posibilidades, carece de alas para volar a ese empíreo.
Los vaticanistas conciliares con el “aggiornamiento” trucidaron una parte importante de la Fe que es la Tradición. Fue una suerte de inmolación plegarse a las exigencias de ese mundo diabólico al cual venció Cristo. Creían que celebrando la liturgia las gentes se acercarían más a la Iglesia. Ha ocurrido exactamente lo contrario. En virtud de lo mismo se queman iglesias y se dinamitan cruces. El “strañik” vuelve a las esencias en sus vagabundajes y da testimonio de algo maravilloso: que los Santos Evangelios curan. Sabrán leerlo hasta los analfabetos porque su presencia en la historia es algo vivo. La oración continua salva conduciéndonos a la vía unitiva. Este libro anónimo fue publicado a mediados del pasado siglo XIX. Es una panorámica de la vida rusa durante el tiempo de los últimos zares: las deportaciones y cuerdas de presos camino de Siberia, los estragos de la bebida en la población rural o los estragos de la guerra de Crimea. Contra estos males preconiza el autor, el recogimiento interior, la no violencia y la filocalía, el amor a lo bello, esa grandeza del universo, la música sacra, el “pokaiania” y compunción del pecador ante las verdades eternas, la caridad heroica. Hay que amar a nuestros enemigos y poner la otra mejilla cuando nos abofetean. Por este camino de renuncias y de abrojos se alcanza la perfecta quietud. Las páginas del “Peregrino ruso” muestran un nirvana que a mí me han hecho reflexionar sobre cuestiones de mi vida que no alcanzo a comprender. En ellas el Señor está oculto.
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