Aggiornamento jacobeo

Como mis amables lectores sensatamente supondrán, aquí no trataremos de reiterar nada básico, sino de renovar o actualizar los protocolos y prácticas del Camino de Santiago, establecidos por Su Santidad el Papa Calixto II en el año 1212. Nos inspiran a ello los extraordinarios padres de la Iglesia Juan XXIII y Pablo IV y los acuerdos tomados en el Concilio Vaticano II sobre el “aggiornamento” eclesial, que se traducen en una positiva voluntad de “poner al día” determinadas actuaciones y ritos, acercándonos a la “praxis” de la vida actual, con obtención de mayores y mejores rendimientos. No se trata pues de cambiar nada fundamental, sino de proponer otro “modus faciendi” o “modus operandi” más funcional y efectivo, acomodado a la vida de los fieles.

Como es sabido, el calendario jubilar de Santiago se regula por la coincidencia de esta festividad con el domingo, lo que da lugar a distanciamientos muy heterogéneos en los intervalos. El actual Santo Padre, Francisco, ya ha propuesto compensar los daños de promoción que la pandemia del coronavirus va a producir en el Jubileo del 2021, alargando esta conmemoración al 2022. Pensamos que sería ideal y razonable, con la venia del Vaticano, que el Jubileo de Santiago se celebrase con periodicidad constante cada dos años. Las razones son claras: el Jubileo es netamente positivo para la Iglesia y para los creyentes; la población mundial ha aumentado espectacularmente en los últimos siglos; los objetivos esenciales que mueven al viaje se han multiplicado de forma notable.

El antiguo término del Jubileo Compostelano estaba en llegar al monte del Gozo, desde el que ya se divisa la catedral santiaguina. Hoy, podríamos asegurar que el gozo impregna toda la trayectoria del Camino, porque como proclamaba Atahualpa Yupanqui: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. El gozo no solo se alcanza al llegar a la proximidad del objetivo, está en peregrinar por las cumbres y los valles, con las mismas alternantes angustias y satisfacciones que presenta la vida, agradeciendo todas esas vicisitudes a Dios, en camino continuado y sereno de redención. Pero, aunque este enfoque sea probablemente el básico desde el punto de vista de la Iglesia, existen otros complementarios extraordinariamente importantes. El contacto fraternal con los demás (incluidos los extraños); el conocimiento de otras culturas ancestrales, como la que aportan las construcciones del Románico; la constatación de hechos relevantes para el afianzamiento de la fe, como son las formidables convergencias entre reliquias esenciales, como las múltiples entre la Síndone o Sábana Santa de Turín y el Santo Sudario o Pañolón de Oviedo, que presentan muy importantes relaciones, contrastadas por investigaciones científicas relativamente recientes, mediante técnicas analíticas plurales y sofisticadas: radiaciones especiales, palinología y modernos estudios forenses de precisión.

Obviamente, Santiago de Compostela siempre será el final del Camino, pero hoy, más que nunca, cobra relevancia el Camino mismo, ya que solo con considerar el interés de las construcciones del Prerrománico asturiano el viajero tendrá sobrada ocasión para detenerse días o semanas, con muy ligeros desvíos de su ruta principal. Pensemos, por un momento, en los complejos de Villaviciosa y Oviedo.

Lo mismo podría decirse de venerados santuarios, como el de Loyola, en el País Vasco; Santo Toribio de Liébana, en Cantabria, y Covadonga, en Asturias, todos ellos comparables con otros homólogos de Europa, como Lourdes y Rocamadour, cuya visita yo recomendaría dejar para la vuelta a Centroeuropa por el Camino Francés, del que ya me ocupé en otro informe.

Creo importante señalar algunos hitos de la nueva programación:

Inicialmente, y yo diría que ya mismo, hay que concertar una campaña informativa en Europa, y especialmente en Francia, con muy escogidos municipios de las vías jacobeas, para el despliegue de cartelería vertical orientativa, y noticias en los MCS de mayor circulación.

Lo ideal sería tratar de ajustarse en España a un “circuito” que se inicie en el puerto de Hendaya, siga atravesando el País Vasco por Irún, y se continúe por Cantabria y Asturias, para conectar en Oviedo con el Camino Primitivo del rey Alfonso II, de innegable relevancia histórica. Todo ello sin olvidar la opción costera por Gijón, Cudillero, Navia y La Coruña, que resulta obligada para la ruta naval, de la que ya hablé hace once años en el congreso de Oviedo sobre este tema, aportando mapas.

La segunda parte del circuito (o fase de vuelta) sería la ya tradicional del Camino Francés, por Ponferrada y León a Logroño, que luego ofrece en Puente la Reina dos opciones: seguir por Navarra hasta el puerto de Roncesvalles (a 950 metros de altitud) o continuar hacia Huesca para dirigirse por Jaca a Somport (1.600 m), como seguramente preferirán los devotos de Lourdes y Rocamadour, más al Norte.

La seguridad de los peregrinos debe estar garantizada: fue siempre un problema secular, y no ha dejado de seguir siéndolo. El éxito del Camino Francés lo aseguran durante siglos los caballeros templarios, tras ser perseguidos en su patria. Hoy sus herederos naturales de esa garantía de seguridad serían nuestros excelentes agentes de la Guardia Civil. No encuentro mejores caballeros para custodiar ese noble camino.