Falsos positivos
Dicen por ahí que un pesimista es un optimista bien informado. Por eso, cuando algunas personas dijeron que de esta pandemia íbamos a salir más fuertes y mejores, algunos positivos con información general básica de la vida y sus circunstancias pensaron que de ilusiones también se vive y no dijeron nada esperando a ver qué pasaría en una situación tan extraña. Aunque queramos tener fe en el ser humano y a veces hay ejemplos de grandes actos heroicos, en general somos unos pollinos que dejamos bastante que desear. El tiempo lo dirá, pensaron. Pues hete aquí que ya lo está diciendo: fiestas ilegales, protestas violentas, tercera ola de contagios (¿es que no aprendimos nada de las otras dos?) y la guinda: cientos de personas vacunándose cuando no les toca: alcaldes, consejeros, militares y hasta un obispo. Eso que sepamos.
Cuando más cerca vemos la vacuna, más ansia nos da por vacunarnos, y en ansia viva están algunos que se inventan las excusas más peregrinas para ser los primeros: que si sobraba una dosis, que si yo trato con mucha gente... patrañas. Les tenía que pasar como escribió Dante en “La divina comedia”, lo que uno no hizo en vida lo sufrirá en el infierno. Los que comieron sin freno estarán a régimen y los que quitaron las vacunas a los que más lo necesitaban estarán en una inmensa lista de espera de una Seguridad Asocial, ansiando que les receten un Lexatin por los siglos de los siglos. ¿Venganza y rencor? No, justicia elemental. La justicia consiste en dar a cada uno lo que le corresponde, y si no te toca ahora, no te saltes la cola.
Solidarios, tristes, con ganas de fiesta o sin ninguna ilusión; estamos todos en el mismo barco y ojalá no nos pase como en el “Titanic”, que los menos afortunados fueron los primeros en ahogarse.
Y no está tampoco mal eso de amar al prójimo como a uno mismo. Aunque hay prójimos que no deberían estar al cargo de los demás, porque, más que tener un cargo, son una carga para todos.
Paz y amor.
Y vacunas para todos.
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