Fuera caretas

28 de Enero del 2021 - Rufo Costales (Oviedo)

Llevo casi un año con vómitos recurrentes y dificultad para tragar, lo que ha derivado en inevitable y urgente consulta médica.

Diagnóstico: Podemita ¡con coleta! atravesado en la parte alta del esófago.

Tratamiento: Identificado el organismo causante, se recomienda mantenerse alejado del foco, emigrando si fuera menester.

Cinco años tragando demagogia, mentiras, globos sonda y promesas para, al final, encontrarme con el "rey desnudo", un individuo ayuno de empatía, ética, escrúpulos y sentido del honor.

Hay motivos y ejemplos suficientes para renegar de este personaje, pero lo sucedido durante todo el 2020 con su autoasignada (e incumplida) obligación de velar por el bienestar de nuestros abuelos es lo que me ha empujado a realizar este retrato "light" del político.

Cuando el hoy vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales, Pablo Iglesias, declaró: "La privatización de las residencias, entregarlas a corruptos y a fondos buitre, ha colocado a nuestros ancianos en una situación de vulnerabilidad", nuestros abuelos se sintieron representados y resoplaron satisfechos, al tener el pálpito de que, por fin, alguien había llegado a sus vidas para protegerles y defender sus derechos.

Durante la primera fase de la pandemia, las residencias de mayores eran algo así como Hiroshima y Nagasaki después de las bombas nucleares. Los ancianos fueron abandonados a su suerte. Morían solos, algunos de inanición, sin cuidados de ningún tipo, abandonados. Sólo la UME se atrevía a entrar para recoger cadáveres y desinfectar las instalaciones.

Ante semejante calvario, en marzo del pasado año, el vicepresidente segundo anunciaba, en una jactanciosa rueda de prensa-mitin, que se hacía cargo de la catástrofe de las residencias de ancianos. «Ave, Caesar, morituri te salutant».

Nuestros abuelos, sin caer en la cuenta de que Iglesias había predicho que "los mayores eran un problema porque no votaban a Podemos", volvieron a resoplar y se reafirmaron en su primera impresión: Había llegado su salvador.

Craso error, Pablo tenía bastante con sus jueguecitos de política ficción, y nunca se dignó pisar una residencia, nunca se preocupó por la salud y el bienestar de los ancianos y, sin tiempo para atender asuntos que no tuvieran que ver con desestabilizar a "su" Gobierno, derrocar al Rey, impedir la acción de la justicia o confraternizar con Otegui, nunca tuvo tiempo para comprobar siquiera, que en las residencias seguían muriendo, cada vez más, los ancianos que él había prometido defender. Pasó de ser la estrella de la esperanza para nuestros mayores, a ser el asteroide de la desesperanza, un bluf. De ahí mi encono y nula consideración hacia este personaje.

Parecerá un sinsentido lo que voy a escribir seguidamente, pero con sinceridad he de reconocer que no entiendo tanta crítica personal contra Pablo Iglesias, que, como es obvio, es tanto como reconocer que no me entiendo a mí mismo.

Y no la entiendo porque en el fondo, este individuo es digno de admiración. Ha conseguido engañar a toda una generación de adolescentes con promesas imposibles y con la tierra prometida en muy corto espacio de tiempo, para conseguir vivir de ello toda su vida (no hay que olvidar que hace seis años era un interino mileurista de la Complutense, ahora reconvertido en millonario con capacidad para acceder, obviando el requisito de la edad, a la oferta de las ofertas vacacionales para ricos: Unas vacaciones con vacuna contra la Covid-19, en Dubái, por 50.000 euros).

De los cinco millones de votantes engañados inicialmente, solo dos millones han abandonado la oscuridad; tres millones que le votaron en las últimas elecciones, siguen sin ver la luz, con el riesgo que supone moverse a oscuras entre tanta mugre. De ahí los vómitos.

Saludos cordiales

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