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Los valores como motor del cambio

5 de Febrero del 2021 - Carmen González Casal

Hace días me llegó al wasap un mensaje que me hizo pensar. Decía: “El día que comprendas que lo único que te vas a llevar es lo que vives… empezarás a vivir lo que te quieres llevar”. Cuántas vidas aceleradas, sin norte o con un rumbo equivocado, vividas hacia fuera, en competición hasta conseguir un coche de alta gama, la marca más cara de reloj o un destino turístico de inigualables sensaciones –aunque desde marzo apenas viajemos–. Y cuántos, aferrándose al poder o al dinero, malversan, estafan, desfalcan, mienten o roban… Políticos corruptos, famosos o personas de a pie que delinquen o difaman, sin importarles las consecuencias de sus actos en otros o en la sociedad.

Si la tercera ola de este dichoso virus es grave, más lo es aún la falta de valores humanos, éticos y sociales en quienes nos gobiernan, en muchos de nuestros políticos, futbolistas, celebrities, hombres o mujeres de negocios o de a pie que deberían ser referente para adolescentes y jóvenes, ejemplo para hijos o vecinos y, sin embargo, inoculan con sus hechos, gestos o declaraciones más virus que cuando se come con un no conviviente sin mascarilla durante más de veinte minutos.

SUMARIO: La necesidad de dar un sentido a nuestras vidas, demasiado aceleradas, para mejorar como personas

DESTACADO: Nuestra sociedad necesita más que nunca especialistas en valores capaces de transmitir su importancia: la familia es la mejor escuela; también los centros educativos

Assegid Habtewold, formador en la Success Pathways (Maryland), hace una cuenta muy sencilla: “Tus valores definen quién eres realmente. Tu identidad real es la suma total de tus valores”. Hablar de valores no es hablar de tener o de hacer, sino de ser. Es adentrarse por la senda de la justicia, la honestidad, la integridad, la libertad, la veracidad, la tolerancia, el respeto, la responsabilidad, el compromiso, el esfuerzo... Nuestros valores conforman quiénes somos y aportan un conocimiento que nos hace expertos en el arte de vivir, ese que nos lleva a dibujar la mejor versión de nosotros mismos.

Para Aristóteles, discípulo de Platón, la virtud es un hábito formado por la repetición voluntaria de buenas conductas, es decir, la persona que atesora virtudes –y no solo bienes materiales– es la que con más facilidad hace el bien y recorre el camino de la vida con un equipaje útil y ligero, donde va guardando lo que se quiere llevar, disfrutando del momento, porque nada más lejos del bien que la tristeza o el aburrimiento, pues es más feliz y saborea todos los momentos de la vida –también los duros o costosos– quien libremente elige lo que más le conviene, aunque a veces no le apetezca o le suponga un mayor esfuerzo.

En el camino de las buenas personas, la ética es una compañera de viaje imprescindible. Sentencia Ortega y Gasset, “con la moral corregimos los errores de nuestros instintos, y con el amor, los errores de nuestra moral”, porque el fin de los valores éticos es lograr una vida buena y más humana que marque la distinción entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo justo y lo injusto.

Nuestra sociedad necesita más que nunca especialistas en valores capaces de transmitir su importancia. La familia es la mejor escuela. También los centros educativos, aunque si los padres no van por delante, difícil lo tienen los educadores.

¿Desanimarse? Puede ser una salida, pero prefiero aferrarme a la esperanza. Concluyo con unas palabras que algunos atribuyen al uruguayo Eduardo Galeano y otros, mirando siglos atrás, a San Juan Bautista de la Salle: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. La oportunidad está en nuestras manos. El cambio personal, la semilla de bien que cada persona anónima siembra en su día a día, es motor del cambio que el mundo necesita. Ojalá los políticos se sumen a esta revolución.

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