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No hay equidistancias en el debate científico internacional, ético y político, sobre el lobo

3 de Febrero del 2021 - José Carral Fernández (Cangas del Narcea)

Recientemente Carlos Nores tuvo oportunidad de exponer en dos artículos su opinión sobre la ciencia, la investigación y las actitudes adoptadas en torno a la misma acerca de la “gestión” del lobo. No son casuales ni esas intervenciones ni otras similares al hilo de la negativa a su inclusión en el LESPRE (Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial) por parte del Gobierno del Principado y casi coincidiendo con “la inocentada” de la prórroga de los controles letales. Sus alambicadas declaraciones no logran ocultar el verdadero propósito, el blanquear una gestión opaca y funesta del lobo en este país y en esta región. Ha utilizado su “emérita aura” académica para sermonear, pretendiendo zanjar, un asunto fundamentalmente legal; si el lobo reúne o no los requisitos normativos (que haberlos haylos) para entrar en el LESRPE bien como catalogado o bien como meramente listado, o se asume que no ha lugar ni lo uno ni lo otro. Ha hecho de “poli bueno” al tiempo que intentaba matar al mensajero. Ex profeso hace un confuso recorrido con insinuaciones y omisiones sobre cuestiones, de índole histórica, científica, legal, sociológica y de “gestión” para finalmente sentenciar con una particular visión de la ecología del lobo y nuestra especie, académica y éticamente cuestionables. Nores ha caído en su propia maraña argumental. Todo ello merece réplica de quienes nos sentimos aludidos (aún por omisión de Nores, al no citar a ASCEL) y conocemos el estado de conservación y opinión del lobo e implicados en su protección.

Causa estupefacción esa conversión cuasi religiosa en “amor incondicional, enardecido…” hacia el lobo del que habla. Sin temor a equivocarse, quien conozca el sector ganadero y cinegético, los que copan el mayor protagonismo en la gestión del lobo y de mayor peso electoral, sabe que son los menos proclives a su protección. Nunca estuvieron ni antes ni ahora, salvo excepciones, concienciados ni renunciaron a nada sino por imperativo legal. La especie correría la peor de las suertes si no fuese por el esfuerzo de grupos ecologistas o conservacionistas independientes, el aumento del apoyo social, y la implicación de un sector de la comunidad científica poco reconocido. Estigmatizados como radicales, posiciones como la de Nores contribuyen a mantener este infundado estado de opinión afortunadamente cada día más cuestionado. Su valoración está tan alejada de la realidad que ni la más artificiosa palangana demoscópica o profecía autocumplida puede enjuagarla o hacerla creíble y tampoco se entendería la polémica de la que habla. Ha pasado mucho tiempo y a pesar de la inspiración de Rodríguez de la Fuente, muchos tienen una extraña forma de honrar su memoria, matando lobos y cortando sus cabezas para exhibirlas, envenenándolos, furtiveándolos, atropellándolos, etcétera. Lo de lobo bueno, lobo muerto sigue formando parte del imaginario colectivo junto con otros prejuicios irracionales y anacrónicos. No en vano el punto 6 de los objetivos del plan del lobo en Asturias (del año 2002) recoge explícitamente la promoción de campañas de sensibilización. Atizado por el sensacionalismo, la intoxicación, polémicas artificiales, y convertido en carnaza mediática y macabro trofeo, el lobo es utilizado como chantaje y cortina de humo para ocultar tanto el fracaso político como los graves problemas del sector ganadero como la sistémica alteración de precios de la cadena alimentaria. Ya no da más de sí ni el mantra de la amenaza para el extensivo (en toda el área de distribución del lobo del estado hay cientos y cientos de miles de cabezas de ganado) ni que su protección es un capricho de urbanitas, ni tampoco esa comparación, a calzador y simplista con la gestión de espacios protegidos de otras latitudes. Sin olvidar la condicionalidad ambiental de ayudas multimillonarias que recibe el sector. El supuesto enfrentamiento, ecologistas vs ganaderos, mencionado y avalado por Nores, es la excusa de la que participan los gestores de la Administración para adoptar una perniciosa “equidistancia” cuando, acorralados por las evidencias, irresponsablemente o ilegalmente, no toman las medidas necesarias por ser impopulares. El lobo señala la mala gestión y un manejo negligente del ganado.

Nores asume que ensayos de opinión difundidos por publicaciones científicas por parte de un experto tienen el mismo rango que docenas de sólidos y extensos trabajos experimentales que confirman la condición apical del lobo y su importancia en los ecosistemas. Es decir, mezcla y confunde lo científico con lo metacientífico. Atañe a los científicos la revisión del trabajo de sus pares. Esta autocritica permanente, característica de la ciencia, es lo que la hace confiable. No atañe a los científicos como tales, sino a epistemólogos, sociólogos etcétera valorar si su disciplina y el colectivo se ven influenciados y cómo en sus resultados. Lo que diga un acreditado científico como el “patriarca” Mech u otros es cuestionable cuando se trata del pagano terreno de la opinión. Todos los trabajos científicos modernos apuntan a que las poblaciones funcionales de grandes carnívoros producen efectos ecosistémicos, incluso en ambientes humanizados. Para ello, hay que protegerlos eficazmente y no matarlos, condición sine qua non para ejercer la citada funcionalidad. No hay que ir a Norteamérica ni a prístinos espacios para comprobar dichos efectos sino a poblaciones amenazadas de depredadores tan nuestros –los linces ibéricos, por ejemplo– en forma de cascadas tróficas, como el control de mesodepredadores, algo que, como miembro destacado de la Sociedad Española para la Conservación y Estudio de los Mamíferos (SECEM) y la Fundación Oso Pardo, no debería dejar de citar. Ejemplos de funcionalidad ecológica son patentes en la vieja Europa a la que pertenecemos, donde la acción conjunta de depredadores apicales como osos, glotones, águilas reales, linces boreales y lobos, regulan la dinámica de las poblaciones, controlando los ungulados salvajes sin necesidad de acción humana (caza) preservando la biodiversidad y participando de los procesos evolutivos.

Estos son los motivos por los que ASCEL (Asociación para la Conservación y Estudio del Lobo Ibérico) a la que el señor Nores se refiere haciéndonos “un Rajoy”, solicitó en plazo y forma, al amparo de la normativa estatal, comunitaria, y convenios internacionales, la catalogación del lobo como vulnerable o subsidiariamente su inclusión en el LESPRE. Entre otras la Directiva Hábitats comunitaria que protege los “prados de siega de montaña” que Nores defendió en prensa, por lo cual en coherencia debería hacer extensible esa reclamación protectora al lobo, también protegido por esta Directiva. Hay una diferencia crucial en su acepción jurídica entre proteger y conservar que Nores no advierte y es la clave de bóveda de la cuestión. Jurídicamente se protege con el objetivo de conservar, no al revés. Omite, y no es un asunto menor, como el Ministerio (MITERDO) ha desoído a su propio Comité Científico y la solicitud de ASCEL, al no incluir en el LESPRE al lobo y que ad hoc manifieste abrir un proceso que denomina “Estrategia”, de modo administrativamente improcedente y fraudulento, dejando las cosas peor que estaban al dar la espalda a la ciencia. Un reino de taifas en la que el Estado y las CC AA son corresponsables al romper la regla de oro de la uniformidad en la gestión de una sola población (tan deseable en todos los ámbitos) y que se sigan matando lobos inútilmente bajo el eufemismo de controles. A este respecto hay que recordar que, según la UE, el estado de la población de lobos de España es desfavorable e inadecuado, y su recomendación es recurrir como última solución a dichos controles letales. Esta excepción se ha convertido en regla, gracias en parte al “matemático” respaldo de consultoras a las que acuden una y otra vez gestores y administraciones en busca de “sus cupos de extracción”, su única y definitiva solución. Se está incumpliendo la normativa de forma flagrante. Está por ver, como dice Nores, si las denuncias prosperaran, a tenor de lo sucedido en Castilla y León y Cantabria, en Asturias.

De esta inseguridad jurídica, falta de aval y consenso científico sobre los efectos de los controles letales en la incidencia de daños a la ganadería, y la contrastada funcionalidad ecológica del lobo se desprenden profundas implicaciones éticas. Llegados a este punto, muchos consideramos inadmisible matar lobos, no solo porque pueda ser ilegal el matar por matar. Hay un valor superior y una necesidad en preservar o mantener toda forma de vida, y los procesos que la envuelven, más acuciante que nunca. No hacerlo nos está costando un alto precio. El ejemplo de la pandemia es la más dramática muestra. Este es el mandato para quienes causamos los problemas.

Esta concepción de la “gestión” y conservación de la naturaleza de Nores y tantos otros, más allá de la falacia naturalista, comienza a parecerse sospechosamente al engañoso y circular principio antrópico. Una visión desalineada con la investigación sobre ecología de depredadores y con el metaanálisis y la convergencia de resultados de estudios que figuran en los paneles internacionales del Cambio Climático y Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos que señalan la actividad humana como el mayor problema ambiental. Precisamente son la ciencia y la investigación las que cuestionan la afirmación de que nuestra especie tenga un papel funcional y ecológico, y de forma unánime se urge a revertir y restituir los procesos naturales que hemos alterado o estamos destruyendo. No somos un controlador apical, somos el problema apical con mayúsculas. Si en los albores de la civilización y en la transición de evolución biológica a cultural no podíamos conocer el alcance de los cambios por llegar, en nuestros días ese logro de la cultura que es la ciencia, nos indica que el camino a seguir para conservar la naturaleza no es precisamente “la roturación, silvicultura, agricultura, ganadería o caza…” tal como Nores plantea. Ese es el mundo del hombre para el hombre que en tres milenios nos ha llevado al precipicio. Un supremacismo antropológico y biológico que nadie relacionado con la docencia y la investigación puede defender y para el que no se me ocurre mejor respuesta que citar a dos gigantes como Poincaré y Russell. El francés dijo: “La ciencia habla en indicativo, no en imperativo” y el británico, en su celebrado libro “Por qué no soy cristiano”, afirmó: “Si se me garantizara la omnipotencia y millones de años para experimentar con ella no presumiría mucho del hombre como resultado final de todos mis esfuerzos”.

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