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Cuatro horas con Wagner en la Bastilla

24 de Julio del 2010 - José María Pérez Rodríguez (Oviedo)

Hace un par de semanas he tenido la ocasión -y el privilegio- de asistir en la Opera de La Bastilla de París a una representación de «La Walkyria», sin duda el drama más reconocido del genial compositor alemán, primera parte de la Tetralogía «Der Ring des Nibelungen» (El anillo del Nibelungo). Y digo primera parte porque, como es bien sabido, «El Oro del Rhin» es una introducción o prólogo, tal como lo concibió Wagner. Las otras dos partes son «Sigfrido» y «El ocaso de los dioses».

Son muy pocas las óperas que pueden compararse a la belleza, profundidad y emotividad de La Walkyria, para la que Wagner compuso una música de un lirismo arrebatador, y que pocas veces se repetirá en el resto del «Anillo» y es, quizás, la más popular de las cuatro del ciclo, por su gran sensibilidad hacia la naturaleza románticamente entendida, y por una mayor apertura melódica del canto. La audición desde el primer acto resulta insuperable y sobrecogedora, y es que es tal la continuidad musical y dramática que el espectador-oyente se siente transportado a ese mundo mítico y al mismo tiempo tan humano, sin que exista distracción o pérdida de atención en momento alguno, por esa unidad que el compositor consigue en todo el devenir de las escenas.

El dramatismo del segundo acto cambia radicalmente el ambiente anterior, enfrentando directamente al mundo de los hombres con el de los dioses, al mismo tiempo que introduce a uno de los personajes capitales del Anillo: Brunilda, hija de Wotan y líder de las Walkyrias. Y el desenlace del tercer acto no pudo resultar más impactante y conmovedor, con una música sublime y mágica, como ese fuego que desciende sobre la protagonista y que anticipa el advenimiento del héroe Sigfrido, y que muchos consideran como la auténtica cumbre psicológica de todo el «Anillo».

Si los personajes en la representación que vimos en la Bastilla, en especial Sigmund (Robert Dean Smith); Hunding (Günter Groissböck); Wotam (Thomas Johannes Mayer); Sieglinde (Ricarda Merbeth); Brunilde (Katarina Dalayman) y Fricka (Yvonne Naef), por citar los principales, estuvieron impresionantes de voz, dramatismo, pasión interpretativa y afinación, luciendo unas cualidades vocales sobresalientes, la Orquesta de la Opera Nacional de París, con más de cien profesores en el foso, dirigidos por un jovencísimo y extraordinario Philippe Jordan, bordaron la compleja y brillante partitura, con momentos memorables. Así, el estupendo inicio orquestal del preludio, que corresponde a la afanosa carrera de Sigmund en plena noche tempestuosa; otro, la descripción del viento nocturno de primavera en la cabaña de Hunding, y otro más, en la famosa Cabalgata de las Walkyrias, sin poder omitir la grandiosidad de la larga escena final del último acto que construye Wagner, en la que la gran tensión está confiada a los prolongados silencios, interrumpidos por sombríos acordes del metal, en la que la declamación de Wotam y de Brunilda gira alrededor de este clima sufrido, en el que no se puede expresar mejor, interiorizándolo, el sentido del destino y de la impotencia frente a la infelicidad.

Y todo ello, con una puesta en escena a cargo de Günter Krämer que, con las actuales «modas» de las transposiciones temporales y las, parece, que obligadas escenas transgresoras y obscenas impuestas por los actuales directores artísticos, de común acuerdo, (en la ópera que comentamos, mientras suena la monumental «Cabalgata», las walkyrias, vestidas ¿de enfermeras?, lavan la sangre de los cuerpos desnudos de los cadáveres encima de mesas de mortuorios, quienes a continuación se incorporan y desfilan, «in puribus», a lo largo del escenario, mientras otros «cadáveres» son transportados a las mismas mesas repitiéndose la operación), resultó muy irregular, con algunos detalles -el del fuego de la escena final- sobresalientes por su lograda concepción y sencillos elementos compositivos.

En suma: una «Walkyria» para recordar y un espectáculo de excepción, que nos gustaría ver en Oviedo algún día cuando las circunstancias y condicionamientos actuales lo permitan.

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