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El silencio de Dios

29 de Enero del 2021 - Ceferino Fernández Suárez (Illas)

Había pasado la tarde de este domingo nada luminoso un tanto confuso entre noticias que no me llevaban a ningún sitio. La verdad es que esperaba al menos encontrar la palabra “Dios”, aunque fuese tan solo invocado. Pero no. Y menos como tema de discusión o diálogo. Pedía mucho, es verdad, pues ya sé que no quedan hombres como Karl Barth y Karl Rahner, que con pasión tanto hicieron por el nombre de Dios. Terminaba mi lectura temiendo tener que esperar la atmósfera de una segunda ingenuidad de la sabiduría, pero ya en una aún lejana madurez de nuestra cultura. ¿O tal vez estaba equivocado y no veía que no era tan turbulento este lamentable olvido?

Y digo esto ahora porque, al anochecer, me sorprenden con su emocionante visita Chano Rivas y Carlos Marrón, amigos de tantos años. Gran sorpresa tras la tristeza que amenazaba invadirme. Por lo demás os diré que mis dos amigos siempre han estado bien informados, han leído mucho y conocen bastante bien las teorías científicas. Por eso razón y por tantos otros motivos su llegada preludia la emoción del mejor encuentro. Y me apresuro a preguntarles si acaso puede desaparecer Dios sin dejar rastro, ni huella, ni nostalgia alguna en tantas personas.

A Chano, por ejemplo, le son familiares Einstein, Whitehead, Dennett, Sagan y un largo etcétera. Para él Dios resume cuanto puede haber de divino y valioso en el mundo. Dios no está en su absoluta lejanía, sino cercano y confiriendo identidad a nuestra propia identidad. Y de tal manera respeta nuestra libertad que hasta nos confiera la posibilidad de rechazarlo.

A Carlos siempre le interesó más la psicología. Siempre pensó que si la inteligencia es la capacidad de adaptar el pensamiento a las necesidades del momento, o los problemas son insolubles o de verdad nosotros no somos tan inteligentes. Por otra parte, ya no podemos defender un dualismo anacrónico. El universo y el hombre han sido creados por Dios en la forma que la ciencia describe. Esta imagen del hombre y del mundo son perfectamente compatibles con la imagen esencial del hombre en la fe cristiana. La corriente de la neurociencia actual responde a un paradigma amergentista-funcional-evolutivo, bien puede ser asumida por la imagen cristiana del hombre. Carlos lee y admira a António Damasio. Y por ello no ha perdido la fe, os lo aseguro. Nunca cayó en la idolatría de los modelos científicos.

A los dos, como a mí, les preocupa la situación del mundo de hoy. Es verdad que nuestra sensibilidad nos abre la puerta al dolor y al sufrimiento, pero también al placer y al gozo. Pero sin olvidar nunca que somos copartícipes de la configuración de un universo todavía inconcluso. Tal vez Dios se autolimita y esté esperando a la respuesta de la naturaleza y del ser humano. El Dios único es el Dios de toda la humanidad. Hemos de entender que somos mirados por Dios, en orden a afrontar la vida con confianza y actuar nosotros mismos de modo amoroso. Pero también entienden que la situación mundial de hoy supone un problema para nuestra fe en un Dios-Amor. ¿Por qué tanto mal? Parece ser que a muchos creyentes solo les queda recurrir a Cristo.

Chano, volviendo al tema del silencio divino, me anima recordándome que tal vez sea mejor que esté atento a su silencio y, después, le haga mis preguntas. Pero pienso: y después ¿qué le hablaré a Dios, del que sólo su presencia intuyo? Además, ¿qué digo cuando digo “Dios”? Carlos parece que algo me tiene preparado. Y, al instante, me lee algo de San Agustín: “Pero, ¿qué es lo que amo cuando te amo? No es una belleza material, ni la hermosura del orden temporal; no es el resplandor de la luz, amiga de los ojos. No la suave armonía y canciones ni la fragancia de las flores, de perfumes y de armonías, ni el maná, ni la miel, ni miembros gratos al abrazo de la carne. Nada de eso amo cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo, cuando te amo, es cierto que amo cierta luz, una voz, un perfume, un alimento y un abrazo. Luz, perfume, alimento y abrazo de mi hombre interior, donde mi alma está bañada por una luz que escapa al espacio... Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios”.

San Agustín expresó muy bien esa presencia callada y sanadora de Dios que nos habla en el silencio de nuestra conciencia, verdadero eco suyo en el hombre y la mujer. Por lo que la autonomía que se le concede al hombre y a la mujer es la autonomía del hijo o hija mayor de edad. Es así como podemos sentirnos llamados a la salvación por esa Presencia callada y amorosa que siempre nos acompaña.

Mis amigos se despiden. Me quedo solo y con sus palabras. Y, mientras todo se apaga y antes de que la penumbra definitiva del sueño se instale, os diré que no he tenido en mi vida otro instante tan felizmente luminoso.

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