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La tragedia del Kursk (o no opinar alegremente)

31 de Enero del 2021 - J. J. J. Suárez González (Gi)

El 12 de agosto de 2020 se cumplieron 27 años de la tragedia del submarino K-141 “Kursk”, hundido en el mar de Barents durante unas maniobras de la Armada rusa. No fue la única vez que un submarino nuclear sufrió un grave accidente, de hecho, por ejemplo, los EE UU ya habían perdido dos de estas naves, el USS “Thresher” (SSN-593), hundido en la costa de Nueva Inglaterra, en abril de 1963, y el USS “Scorpion” (SSN-589), desaparecido con toda su tripulación (99 hombres) al suroeste de la Azores, el 22 de mayo de 1968. Aunque parezca increíble, otros dos submarinos nucleares, uno británico, el HMS “Vanguard”, y otro francés, el “Triomphant”, colisionaron entre sí el 3 de febrero de 2009, cuando se encontraban de patrulla en medio del Océano Atlántico portando 16 misiles balísticos intercontinentales (SLBM) cada uno. Afortunadamente, sufrieron escasos daños y pudieron regresar a puerto. Y, por supuesto, hubo más casos.

Pero la tragedia del “Kursk” está todavía rodeada del misterio que provocan los documentos clasificados como secreto de Estado y de que nunca se han aclarado por completo cuáles fueron las verdaderas causas de su hundimiento.

El K-141 “Kursk” era un monstruo de doble casco de titanio, 154 metros de eslora y un desplazamiento de unas 15.000 toneladas, capaz de navegar en inmersión a una velocidad de 32 nudos y sumergirse a una profundidad de un kilómetro. Estaba armado, como el resto de la clase Oscar-II a la que pertenecía, con 24 misiles multipropósito SS-N-19, que portan una cabeza nuclear táctica y pueden hundir un portaaviones a miles de kilómetros de distancia. También disponía de 4 tubos lanzatorpedos a proa y otros dos a popa. Estaba propulsado por dos reactores nucleares OK-650-B que movían dos turbinas de vapor y estas, a su vez, dos hélices de 7 palas ultrasilenciosas. La tripulación la componían 44 oficiales y 68 marineros. Este submarino no era estratégico, es decir, no estaba diseñado para una respuesta nuclear demoledora ante un ataque a Rusia (como los de la clase 941 “Akula”, “Typhoon”, según el código de la OTAN, todavía mucho mayor, 25.000 toneladas de desplazamiento, que porta 24 misiles con 10 ojivas nucleares independientes cada uno, o los más modernos, que están entrando apresuradamente en servicio, de la clase 995 “Borei”, que llevan 16 misiles nucleares “Bulavá”, prácticamente imposibles de interceptar, con 10 ojivas cada uno). Estos submarinos y sus misiles han sido diseñados para dar respuesta al Escudo Antimisiles y a toda la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) de EE UU y sus aliados, que pretendían dejar a Rusia indefensa ante un golpe atómico.

En agosto del 2000, a pesar de las graves dificultades económicas que padecía Rusia y las penurias de su población, el Kremlin organizó unas espectaculares maniobras navales que tenían varios objetivos, entre ellos manifestar claramente a Occidente que Rusia pensaba mantener su soberanía y su control sobre sus riquezas naturales al precio que fuera necesario (que el Gobierno del etílico Yeltsin había puesto en duda) y probar algunas armas, nuevas por principio, como el torpedo-cohete de cavitación, capaz de alcanzar una velocidad bajo el agua de 500 Km/h y con un alcance de varios cientos de kilómetros. El submarino de ataque K-141 “Kursk” sería el encargado de la prueba. A las maniobras estaban invitados destacados mandos militares de la RPCh.

Recordaremos aquí, solo de pasada, la angustiosa espera de las familias después de las explosiones que sucedieron en el “Kursk”, los aprietos en que se vieron las autoridades militares y políticas rusas y la agonía (sobrevivieron durante tres días) de los marineros atrapados en los compartimentos de popa del submarino que resistieron a la onda expansiva.

El presidente Putin, que fue muy criticado porque se dijo que no había puesto todo su empeño en el rescate, dio la orden de reflotar el submarino y dar sepultura a su tripulación, al precio que fuera, en una costosa operación de rescate.

A día de hoy pocos saben en realidad lo que pasó, algunos expertos dicen que fue una filtración del peróxido de hidrógeno usado como propelente en el torpedo lo que causó el accidente, otros que hubo una explosión del cohete de cavitación dentro del tubo y los más osados que fue un torpedo con cabeza perforante de uranio empobrecido, usado por los submarinos norteamericanos, lo que hundió en realidad al “Kursk”. Esta teoría estaría avalada por el interés de EE UU en que China no se hiciera con ese torpedo, en la presencia de dos submarinos de ataque USA en las inmediaciones y porque cuando el “Kursk” fue sacado a dique seco tenía una extraña perforación, perfectamente redonda y con el titanio doblado hacia adentro, en la zona del buque donde sucedió la explosión.

El asunto no es baladí, porque la diferencia puede estar en que Putin es un individuo sin escrúpulos, que estaba de vacaciones mientras agonizaban los marineros del submarino a 90 metros de profundidad, o que el presidente ruso tuvo la sangre fría de no llevar a Rusia a una guerra que habría ocasionado su aniquilación. No sería la primera vez que Putin tiene que tomar decisiones muy dolorosas por el bien de Rusia, sea en un teatro o en una escuela.

La verdad quizá no la sepamos nunca.

Por cierto, ahora todos queremos que papá Estado nos salve, aunque seamos liberales, salve nuestros negocios, salve nuestros bares y salve las agencias de viaje, pero, no hay dinero para salvarnos a todos. El liberalismo está muerto y enterrado. Toca llevarle flores.

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