Ausencia de liderazgo
A pesar de que nuestra democracia es todavía joven, ya han pasado suficientes gobiernos, desde la añorada Transición, como para que se pueda hacer un balance, lógicamente subjetivo, y desde el punto de vista político, de la eficacia o de la ineptitud de los gestores de la cosa pública, en quienes hemos depositado la confianza.
Los primeros años fueron trepidantes y al mismo tiempo muy estimulantes, porque teníamos la sensación de estar participando activa y decisivamente, a través de nuestros votos, en el devenir de los acontecimientos, y porque había auténticos líderes de opinión y de acción, capaces de entenderse y de llegar a acuerdos que hoy se antojan imposibles.
La ausencia de liderazgo se lleva haciendo patente desde hace tiempo, pero está siendo especialmente visible en las presentes circunstancias en las que, más que nunca, se necesitaría, y sin embargo brilla por su ausencia. Una ausencia que se hace notar explícita y excesivamente en esta convulsa etapa que nos está tocando vivir, y que arroja, desafortunadamente, un saldo político muy negativo.
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