Y ahora qué

2 de Febrero del 2021 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

He verseado, nostalgiado, contado, opinado... Novelado no, pero no creo que el digital de LA NUEVA ESPAÑA me publicara una novela. Además, una novela, ni loco la escribiría gratis. Así que, ¿ahora qué?

Hombre, si España fuera un calcetín y darle la vuelta pudiera con lo que yo escribiera... ¡Uyyy...! Sánchez, Iglesias, cohorte y conchabados, vivirían la experiencia de pasar de jorobadores a jorobados. Y yo, la gozosa emoción de semejante transición, ¡pero...!

Que, por cierto, no sé en qué momento, pero fue con mi madre que aprendí a disponer un calcetín, con mayor propiedad un par de calcetines, para la espera de ser usados...

Oño, siempre que retrocedo en el tiempo me siento un tanto frustrado, porque si lo hago de viva voz en compañía, quienquiera que esté conmigo consigue ir más atrás que yo.

Yo, antes de los 7 años, nada. Unos días quizá, pues Taconinos, mi maestra de aquel entonces, nos largaba a esa edad, de ahí mi imprecisa precisión, y de esos momentos, lo único que guarda mi memoria son los palos que la maestrita me daba -en una ocasión me rompió en la cabeza-, el puntero de indicar en el mapa, y que, antes de entrar en clase, si era época, asaltaba alguno de los carros de vacas cargados de manzanas que bajaban por la carretera, más nada. Después, la escuela Los Bomberos y ya puedo hilvanar más imágenes.

Y, entonces, llegado a este punto en este momento, soy yo el asaltado por un capricho mental: el libre albedrío.

El libre albedrío. Para mí, una quimera absoluta. Por supuesto que ya en mi nacimiento no tuve nada que ver, una cuestión enteramente de mis padres. Y a partir de ahí, decisiones mías...

Ir a la escuela, ¡para nada!, ¡a la fuerza! Así es que eran muchos más los días que piraba que los que iba... Comer lentejas, garbanzos... buf, ¡a la fuerza! Calzar sandalias, ¡a la fuerza! ¡Y si eran de Segarra...! Me la pasaba con los tendones de Aquiles, míos, en carne viva, ¿semejante suplicio era de mi elección? ¡Ya te digo!

No estudiaba, a los 14 a trabajar. Eso sí no me disgustó, pero peonando aguanté seis meses. Otras labores y poniendo cristales, ¡cinco años! Y esto ya no era por decisión mía. El trabajo era una obligación creada por la necesidad y, en cierto modo, la imposición, causada por la misma necesidad, de mis padres...

Y, en fin, que solo de los 21 a los 29 años tomé yo las decisiones, con las correspondientes restricciones de mis condiciones, sobre mi vida. A partir de ahí ha sido la vida, sobre todo, la que, prácticamente, ha decidido por mí.

Así que, si no tuviéramos enfermedades y necesidades, ¡ineludibles! Amén de, entre otras cosas, una naturaleza que nos fuñera y unos gobiernos que nos fuñeran aún más, ok, pero, siendo como somos y con el albur de las circunstancias imprevisibles, muchas veces insalvables e ineludibles... ¿Libre albedrío? No me digas, que me río.

Porque no me sale llorar.

Y, oye, a lo tonto y a lo bobo, con esto he contestado al "Y ahora qué" del encabezado.

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