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¿Hacia dónde vamos?

15 de Mayo del 2021 - José María Pérez Rodríguez (Oviedo)

Superadas ya las jornadas históricas del inverosímil asalto del, hasta ahora, templo de la democracia mundial, del singular mandato de Donald Trump y de las pomposas ceremonias para la toma de posesión del nuevo inquilino de la Casa Blanca, con todos los interrogantes que quedan por esclarecer, se pretende volver a la rutina diaria bajo la nube tóxica de la pandemia más grave que asuela al planeta, con el gigantesco vuelco de todo lo conocido hasta ahora, teniendo que decir adiós a costumbres, modos de vida, comportamientos humanos, ideas, proyectos y esperanzas. Con todas las particularidades y matices que se quieran, el año 2020 y en lo que ha transcurrido de 2021, el mundo occidental en general, y España en particular, ha asistido y asiste a la mayor demostración de fuerza de la “dictadura” global que padecemos. No se ha sacado un solo carro de combate a la calle, no se ha desencadenado (de momento) una gran redada masiva de disidentes ni se ha proclamado ninguna junta de uniformados pese al sonoro ruido de sables en la reserva que se ha expresado en las redes sociales, sin consecuencias hasta este momento pero con la incertidumbre, la inquietud y, por qué no decirlo, el miedo en las caras y conductas de la ciudadanía.

En realidad, todo ha sido mucho peor, porque lo que se está destruyendo, si no está destruido ya, es no solo la libertad de opinión, sino la posibilidad de pensar libremente, de expresar cualquier cosa que se salga de la ortodoxia del engrudo socialcomunista y de la izquierda liberal dominantes en gran parte de Occidente, y especialmente en España, donde todos los ataques a la libertad y a la democracia los ha propiciado y los sigue propiciando el Gobierno al amparo del coronavirus y sus irregulares estados de alarma. De ahora en adelante, el debate público mediático y en las redes sociales se limitará de modo radical a dicha ortodoxia, quedando descartadas otras opciones intelectuales excluidas sistemáticamente, aunque representen a millones de personas y de votos. Solo este “núcleo académico” podrá debatir para precisar algunos aspectos irrelevantes de lo que los “poseedores de la Verdad” habrán decidido. Todo lo demás será fascista… y enemigo del Gobierno.

Porque ¿qué son sino esa batería de misiles lanzados cual torpedos a la línea de flotación del ya maltrecho sistema educativo eliminando al español como lengua vehicular de la enseñanza y lengua oficial del Estado, violando el artículo 3 de la Constitución, o el feroz ataque a la libertad de enseñanza, siendo el Estado y no los padres quien decida a qué escuela tienen que ir nuestros hijos, vulnerando igualmente el artículo 109 de de la CE? Y ¿qué decir de las medidas aprobadas en el Congreso para perseguir las críticas al Gobierno, aprobadas sin transparencia ni debate público? Y ¿cómo debe considerarse el “asalto” al Poder Judicial para hacerse con su control absoluto, obligando al CGPJ a acudir a las instituciones europeas para frenar esta inaudita intromisión, que socava los fundamentos de la democracia? Y como remate, de momento, la tramitación de una nueva ley de Memoria Histórica para el revisionismo vejatorio y falaz de nuestro reciente pasado con el establecimiento del delito de conciencia, o la normativa de Hacienda para premiar la delación entre los contribuyentes o la progresiva y deliberada transformación del tejido productivo español en una red subsidiada, con la ministra de Trabajo presumiendo de haber llegado en el pico de la pandemia a los 6 millones de subsidios por desempleo…

Y podríamos seguir. Lo que es innegable es que el macrogobierno sanchista se ha lanzado sin disimulo, y con la única oposición frontal de un partido “de extrema derecha”, a cercenar derechos y libertades y establecer los sistemas de control necesarios para mantener bien amarrados los poderes legislativo, ejecutivo, judicial y mediático en el gabinete de Moncloa. Solo falta que los españoles se conviertan en una masa crítica adormecida y dependiente del subsidio estatal. Vamos camino de ello.

La llave de la libertad de pensamiento en todo el mundo la tienen una docena de señoritos comunistas. O pensamos lo que ellos mandan o nos borran del mapa. La disidencia no controlada apenas puede expresarse y la gente calificada de “derecha” o de “extrema derecha” por los izquierdistas radicales y extremos que controlan las redes es borrada al menor signo de inconformismo, y, pese a lo mucho que les molesta, la gente de derecha y de extrema derecha existe y tiene tanto derecho a la libertad de expresión como los supremacistas de izquierda, los mimados pistoleros de ETA, los succionadores separatistas o los cleptócratas del PSOE progresista. Dominar los medios de comunicación no es dominar la realidad, pero sí la imagen que gran parte de la gente tiene de ella. Las televisiones, las radios y todas las plataformas de internet son propiedad de unos pocos multimillonarios, de una élite internacional que impone sus puntos de vista a casi todo el planeta. Y no se podrá negar que el lector hace tiempo que ya no se molesta en atender lo que dicen los diversos telediarios o periódicos, porque casi todos recitan el mismo texto, donde un día sí y otro también se ensalza la supremacía moral de la izquierda. Todo lo demás se desprecia o “no existe” para ellos.

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