La caza
Desde los tiempos en que habitábamos en cuevas y paseábamos ligeros de ropa, la caza ha estado presente en nuestra sociedad. De la misma manera que el ser humano ha ido evolucionando con el paso del tiempo, hemos pasado de las lanzas a los rifles. La caza nunca ha sido un hobby, ni un deporte. Siempre ha sido un estilo de vida, una necesidad y una herramienta de la que se han beneficiado hasta sus enemigos más acérrimos. Aquellas personas que tienen entre ceja y ceja la abolición de una forma de vida, de la mejor manera de conservar las especies y mantener sana la naturaleza, que tanto dicen amar los animalistas de asfalto y moqueta, no son conscientes de que sin la caza todo esto no sería posible.
Reducir la caza a la muerte sería como decir que la finalidad de vivir es morir. Pero para entender el amplio mundo de la caza debe existir una predisposición de sus opositores a conocerla. De nada sirve perseguir la caza, como el galgo que corre tras la liebre, para intentar matarla, si no se es consciente de las terribles consecuencias que conllevaría su abolición. Dejando a un lado el beneficio económico que genera en muchas zonas de la España vaciada –que no vacía–, la caza es la mejor herramienta de la que dispone el ser humano para cuidar el equilibrio de la naturaleza. Su función cinegética es fundamental para el control de las especies. También, se debe conocer la ayuda que presta a los agricultores con las superpoblaciones que atacan sus cultivos. Y, sobre todo, el gran servicio que presta a las especies cuando gracias a ella se evita la propagación de enfermedades entre los animales –puedo afirmar que la caza lucha contra la muerte–. Y es que cazar no es sinónimo de matar. Numerosas son las ocasiones en las que uno se marcha del coto con las manos vacías. Y, sin embargo, puede haber disfrutado de un lance fallido, de sus preciosos perros o del maravilloso paraje que se muestra ante sus ojos siendo la persona más feliz del mundo por unos instantes.
La caza es un arte, y como todo en el mundo de la cultura siempre tendrá sus detractores. Pero cazar no es apretar un gatillo. Cazar representa el amor en su punto más álgido. Significa abatir a la muerte para que la vida siga abriéndose paso. Un cazador no es más que un relojero suizo ajustando las manecillas del reloj para que todo funcione a la perfección. La caza es una pasión que se transmite de padres a hijos basada en el respeto y el amor a la naturaleza. Un estilo de vida perseguido por aquellos que abanderan la defensa de los animales pero que si se hiciese realidad su sueño serían responsables de infinitas muertes e incluso de la desaparición de diferentes especies. Cazar es sinónimo de amar, de vivir. De cuidar cada detalle para que la naturaleza siga latiendo. Un arte milenario con el que no podrán acabar los urbanitas de salón porque no encontrarían solución a los problemas que generaría su extinción.
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