Urgen esquemas alternativos
El esquema clásico consiste en que alguna persona con posibilidades (la emprendedora), se decide por hacer un bien general produciendo un bien concreto para que sea deseado por muchas personas. Ese producto, de tener éxito, no solo generará un bien general a las personas consumidoras, sino que para poder producirlo la persona emprendedora empleará a otras personas para que la ayuden. Con el pago de los salarios, estas personas podrán consumir los productos que deseen en el libre mercado. Con sus pagos enriquecerán a las empresas. Estas reparten entonces la riqueza entre las personas empleadas y también con los accionistas y otras empresas financieras de las que obtuvieron créditos. Para que todo funcione bien, se establecerá un sistema internacional (al modo del FMI y BM) para que busque que el esquema no decaiga. Todo parece bien, pero el problema está en que esas personas emprendedoras no tienen muy claro si el pago de sus impuestos las beneficia a ellas o no.
El esquema actual consiste en que alguna persona emprendedora con la ambición de quedárselo todo si puede a nivel global, o con la necesidad de defenderse de otros con semejante ambición, decide hacer un producto que sea demandado por la novedad que impone la publicidad, o porque es obligada necesidad para todas las personas. Ese producto, de tener éxito, no solo le generará riqueza a la empresa, sino también a los fabricantes de la "Máquina" (robots más IA) que se utilizó para producir el éxito, y a las financieras y accionistas, y, en muy menor medida, a quienes suministraron la materia prima. La empresa, automatizada a tope para poder competir con otras empresas, apenas tiene empleados: no reparte riqueza, pero sí la acumula. De entre las empresas, la que más puede (no la mejor) se lo va quedando todo a nivel global. Además, con la "Máquina" produciéndose a sí misma, llegará un momento en que, por mucho que se baje el precio, la cantidad vendida dejará de crecer y se ralentizará la actividad económica de producción y consumo, y también el campo social global de la misma. De esta forma se fabrica la desigualdad que, al igual que otras cosas que ella encadena, pasará factura en un futuro muy próximo deteniendo la actividad en el mundo (ya detenida por la pandemia). En la precariedad, las entidades financieras no darán créditos, y, las que lo den, tendrán dificultades para recuperar el dinero. Entonces, las entidades financieras pedirán al Estado (al que no quieren pagar impuestos) que dé capital a las empresas para que ellas puedan cobrar. Sin embargo, nada se innova y readapta en el esquema de cara a un progreso real global para que no se genere desigualdad.
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