Temeridad con los voladores en Laviana
Esperé que pasaran algunos días, después del acto epitalámico, para escribir este pliego que espero que LA NUEVA ESPAÑA publique. Ello fue que, hace un par de años, hubo una boda civil en Pola de Laviana, hubo jarana y alegría y, por la irresponsabilidad de lanzar alegres cohetes, hubo un grave accidente, donde una joven y futura madre fue herida de mucha consideración al estallarle en el bajo vientre el volador, que en vez de subir, fue a ras del suelo y a consecuencia de ello explotó entre las piernas de la joven originándole graves heridas, la pérdida de la criatura que esperaba y a ella, a pesar del tiempo, secuelas de las que no acaba de recuperarse. Tras este suceso, que dio mucho que hablar, se dijo que se prohibirían esas manifestaciones de lanzar cohetes y explosionar bombas. ¿Y se hace así? ¿Hay quien haga que se cumpla esa norma? Parece que no.
El hecho es que esté pasado sábado 17 del corriente mes de julio se ha visto más de lo mismo. No de accidente, por fortuna, pero sí la misma temeridad y el mismo silencio por parte de quienes debieran hacer velar por que estas cosas no se dieran en plena calle, con el consiguiente peligro que conllevan, como veremos. Ello es que en la noche del viernes al sábado, a altas horas de la madrugada —las 4 y las 5— sonaron varias y notables explosiones. ¿Qué pasaría?, se preguntaban los vecinos por la mañana del sábado. Y como respuesta volvieron más explosiones. Algo se celebraba. Pero lo que era contento para unos, para otros era preocupación.
Y así, a media mañana, sobre las 12 o 13 horas, más bombas, esta vez en la calle, al pie de la iglesia, se celebraba una boda. Mocedad alegre, hace bien, pero la gente tenía recelo al pasar por la calle Clarín, mientras tiraban bombas. Risas de algunos de los asistentes o sonrisas cuando alguna mujer corría, asustada. Bien por la alegría. Incluso que atravesasen algún vehículo-reliquia en la calle. Y, ya próxima la final de la ceremonia, la gente protestaba, y los asistentes a la boda, calle abajo, reían. Normal. Estaban de boda y hay alegría. Debe haber alegría. O sea, que todo bien. Y de pronto, así, para seguir celebrando semejante acto, alguien suelte, entre los árboles y las casas, un volador, por lo menos uno, que fue el que vimos, entre aplausos y risas de unos y protestas de otros. O sea, desagrado de la gente ajena a la jarana.
El soltar voladores entre los gruesos y frondosos árboles de cedro era y es una temeridad que no valoraron los autores del hecho. Pero la gente de Pola de Laviana recordaba todavía el suceso ocurrido un par de años antes. Y en sitio menos intrincado, como era la plaza del Ayuntamiento. Por eso la gente se extrañaba de que, ante tanta alegría a base de bombas y cohetes, no hubiese una autoridad, por muy simple que fuese, que advirtiese de que aquello —bombas y cohetes— no debía hacerse. Y esa misma gente se extrañaba —y acaso nos extrañen todavía— de que nadie se entere o de que, si se enteran, pasen de todo, pese a la cercanía del lugar, como si nada pasase.
Por fortuna, esta vez, que sepamos, no hubo que lamentar desgracias, por lo que hay que alegrarse, auque no tanto por la indiferencia de nuestras autoridades municipales, de uniforme o sin uniforme, que parece que no se enteran de lo que ocurre.
Albino Suárez, Pola de Laviana
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