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Francisco Diego Santos, una deuda de admiración

26 de Julio del 2010 - Agustín Antonio HEVIA BALLINA

Escribir de don Francisco Diego Santos supone para el autor de este pobre «In memoriam» como saldar una deuda de admiración, de cercanía de sentimientos cristianos y humanísticos, de colega en la dedicación a la docencia y de amigo. Es encontrarse en la despedida, con quien mucho apreciabas, que pueda decirte: «Por cuanto a mí toca, he emprendido el buen certamen, he corrido el buen camino, ya no me queda más que aguardar la corona de gloria, que me otorgará el Señor, el Juez justo».

Fue don Francisco hombre de dilatados saberes en el campo de la historia, de la arqueología, de la epigrafía y del humanismo grecorromano y cristiano. Mis contactos con don Francisco fueron ocasionales, a través del Archivo Capitular y de sus exploraciones epigráficas en el claustro catedralicio. Numerosas eran las coincidencias, cuantiosos los intercambios de ideas y de pareceres, no pocos los contrastes. Abierto siempre a la comprensión y, en humildad característica, dispuesto siempre a aceptar la visión del interlocutor, si se convencía de que era más probable que la suya. Para él la rigurosidad en la aplicación de sus criterios era como una exigencia callada y silenciosa, ingénita en su apreciación intelectual y en su contemplación de lo real. A todos dejaba opinar, a todos les respetaba su expresarse, de todos estaba abierto siempre a recibir y a enriquecer su valoración científica. A hondones de pedagogía se permitía él abajarse en el acercamiento de maestro, para que la comunicación resultara más asequible a las mentes de sus discípulos.

Hablamos muchas veces de las Humanidades clásicas, de las que él se había imbuido profundamente a través de los profesores del Colegio-Seminario de Valdediós. La Paideia grecolatina y las dedicaciones humanísticas de los seminarios le merecían una honda estima, y de ella no dejaba de enorgullecerse, reconociendo cuánto habían influido en su formación posterior las bases que la educación seminarística había alcanzado a solidificar en su espíritu.

Recuerdo con agradecimiento la valoración muy positiva que me expresó acerca de una ponencia que, en unas jornadas académicas organizadas por la Facultad de Filología Clásica, yo había desarrollado sobre «Seminarios diocesanos y Humanidades Clásicas» reconociéndome que él mismo, con otros compañeros, se consideraba ferviente paradigma de los logros que su formación en Valdediós había aportado a su vida.

Subtítulo: Una rememoranza del profesor recientemente fallecido como humanista de dilatados saberes en el campo de la historia, de la arqueología, de la epigrafía

Destacado: En sus cátedras de Instituto, en su entrega a la docencia universitaria con prestigio parigual en ambas dedicaciones, actuaba con generosidad y altruismo; a su «Opus magnum», la mayor recopilación de las inscripciones medievales de Asturias, tuve la inmensa satisfacción de contribuir

La influencia también de la formación religiosa del Seminario dejaría honda huella en su visión de la historia. Me habló en alguna ocasión del profundo impacto que en él había producido la muerte de los seminaristas mártires, en la Revolución de Octubre de 1934, oyendo desde la vivienda de su familia cercana a la cuesta de Santo Domingo los disparos de fusil y las descargas de que habían sido objeto los siete seminaristas que acababan de ser sorprendidos en el sótano donde se encontraban y de la impresión que había dejado en sus vivencias escuchar desde su casa en las cercanías aquel «¡Viva Cristo Rey!» con que daban su vida, sin más cargo que el de estar estudiando para curas, sin siquiera haber sido sometidos a juicio, sacrificados por confesar su fe, aquel grupo de jóvenes clérigos, compañeros algunos que habían sido de sus estudios en Valdediós. El testimonio de don Francisco queda, como muy cualificado, por las actas del proceso de beatificación incoado para llevar a los altares a aquel grupo de jóvenes levitas.

De su matrimonio cristiano con doña Rosario Llaca Álvarez nacieron ocho hijos, que han tenido la satisfacción de compartir la longevidad y la lucidez de su padre, de quien recibieron en todas sus vidas una educación modélica y ejemplar, tendente a reflejar las cualidades intelectuales, humanas y éticas, trasmitidas a plano de familia y a niveles de la selección de quienes fueran colaboradores en el confiarles la transmisión de su formación. Destacó en su persona la condición de una honradez atildada, junto con su característica de hombre bueno, en cuanto lleva de alabanza y de ejemplaridad el concepto de la bondad, que al igual que en las categorías de la filosofía, está abierta a intercambiarse con la verdad y la belleza.

Su honestidad en sus cátedras de Instituto, para nosotros singularizada y enfatizada en sus clases de griego en el Alfonso II de Oviedo; su entrega a la docencia universitaria con prestigio parigual en ambas dedicaciones, le hacían sentirse y actuar como un «authenticus professor o professus», un genuino profeso, con la generosidad y el altruismo que al profeso religioso le sirve para marcar su vida. Otro tanto y más muy cumplidamente habremos de proclamar de su entrega generosa al RIDEA y a la Hermandad de Antiguos Alumnos de Valdediós. Su dedicación a la investigación ha enriquecido los estudios científicos asturianos con obras de un calado y alcance superior a cualquier ponderación, sobre todo en su «Epigrafía romana de Asturias», en sus «Inscripciones medievales de Asturias» y en su muy reciente recopilación sobre el «Conventus Asturum» dejando para sus seguidores «investigaciones» muy cumplidas, haciendo aflorar a luz los «vestigia», las huellas que habían quedado impresas en la piedra y en las lápidas de unas epigrafías por él exhaustivamente estudiadas, ponderadas y elucidadas y que, gracias a la labor callada del doctor Diego Santos, habrán quedado desveladas de modo definitivo y contundente para su plena comprensión.

A su «Opus magnum», la mayor recopilación de las inscripciones medievales de Asturias, tuve la inmensa satisfacción, manifestada desde aquí como un gran honor, de poder aportarle algunas muestras inéditas, acogidas por él con tanto mayor gozo por cuanto que tampoco habían sido recogidas en recopilaciones similares, sobre campanas principalmente. Con humildad de auténtico hombre de ciencia hizo él reconocimiento de algo que yo le ofrecía para ser usado desde el anonimato, pero que él generosamente no quiso en manera alguna pasarlo en silencio. Ése era el tenor y el carácter y la bonhomía de un genuino espíritu caballeroso, cual lo era el de don Francisco.

Fautor de un humanismo cristiano, entrañablemente pretendido, se manifestó en toda su obra y actuación el muy apreciado don Francisco. De las lenguas clásicas que él cultivó con pasión, de sus lecciones de lengua griega y de lengua latina extraía nuestro cordial amigo jugos abundosos de humanismo, que, en su apreciación, dada su condición de creyente, no podía menos de estar transidos de espíritu cristiano. Como un auténtico humanista cristiano, serán ambos conceptos como dos timbres de gloria que al profesor Diego Santos le competen para hacerlos campear en el escudo de su personal heráldica, y con los que habrá, en consecuencia, de etiquetarse el colofón de una vida entregada hasta el final a las más puras esencias de la docencia y de la investigación. Maestro de atildada vocación, habrá dejado en la vida de miles de sus discípulos la huella de una pasión por enriquecer sus saberes.

Don Francisco Diego Santos, creyente y discípulo de Cristo, sabio y humanista cristiano, entra en el gozo de tu Señor. Descansa en su paz por siglos sin fin.

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