El lobo no es el enemigo
Todos conocemos el perfil del lobo como depredador. Ya sabemos de memoria ese discurso de que se trata de un elemento en la cadena trófica necesario para controlar los herbívoros salvajes. Pero también sabemos que cuando mata, mata el rebaño al completo, a pesar de que sólo come una parte menor. Del mismo modo sabemos que una manada de lobos no se va a esforzar en perseguir jabalís o venados si tiene a mano un rebaño de mansas ovejas, cabras o terneros. Negar esto es faltar a la verdad. Al contrario de otros depredadores, como puede ser el oso, el lobo es totalmente incompatible con la ganadería extensiva precisamente porque cuando actúa, causa estragos. Esto es innegable y quienes mantenemos este criterio lo hacemos con una base científica de tanto peso, como mínimo, como los que sostienen que la población de lobos puede coexistir idílicamente, sin controles, con la ganadería extensiva.
Recientemente, en una reunión de las comunidades autónomas, presidida por la ministra Ribera, se declaró protección total para el lobo al norte del Duero. Es decir, este cánido salvaje ya no podrá ser cazado, aunque su población se desboque y no solo pueda acabar con la ganadería extensiva de todo el norte de España, sino que, incluso, pueda llegar a ser un peligro para la seguridad de las personas de esos entornos rurales.
Vayamos por partes. Nadie cuestiona la protección de la fauna salvaje, tampoco los ganaderos, pero es evidente que este cánido tiene que ser controlado con cacerías periódicas porque no vale decir que lo que hay que hacer es pagar pronto y de manera justa los daños a los ganaderos. No, los ganaderos no crían sus cabras, caballos, ovejas o vacas para que se los mate ningún lobo, los crían con otra finalidad, que es nada menos que granjearse su modo de vida. Hace bien poco tiempo, una joven ganadera de Cabrales lloraba porque, junto con su marido, perdieron su cabaña ganadera de cabras y ya no pudieron continuar aprovisionando de lecha a una quesería, empresa que tuvo que buscarse otro proveedor. Por otra parte, aunque se pagasen bien, cuando el lobo mata, no solo causa pérdidas económicas, también deja una estela traumática en los dueños de los animales muertos o cruelmente malheridos. Los ecologistas, tan sensibles ellos para unas cosas y tan insensibles para otras, no pueden negar esta verdad evidente. Como tampoco pueden negar que sus organizaciones viven de los impuestos que pagan aquellos que trabajan en el campo, a quienes están destruyendo con sus decisiones alejadas de la realidad.
Resulta chocante que en esta decisión hayan participado autonomías que no se ven afectadas por la existencia del lobo. Es como si los asturianos votásemos a favor de desenraizar todos los olivos de la provincia de Jaén, cuando aquí no vivimos del aceite. Por tanto, a las cosas hay que llamarlas por su nombre: los responsables por acción u omisión de una decisión de tanto calado, tan irreflexiva, son enemigos no solo de los ganaderos y las gentes del campo, sino del medio rural, en general, medio que lejos de revitalizarlo, con decisiones tan nefastas, va camino de su aniquilación total. Son, por tanto, culpables de que iniciativas para asentarse en el medio rural no sean viables, algo que debería ser un asunto de Estado porque con esta pandemia y las que vendrán todos sabemos que el modelo urbano masificado es inviable de cara al futuro.
Que la ministra Ribera haya desequilibrado la balanza con su voto la hace culpable; una señora que con sus decisiones de descarbonización exprés deja a Asturias como un erial en zonas como Langreo o Tineo, sin haber ofrecido antes otras alternativas de empleo, y que ahora su voto nefasto contribuirá a desertizar el espacio rural de nuestra tierra. La actuación de la ministra es condenable, pero lo es aún más la de su secretario de Medio Ambiente, el señor Morán, que, siendo asturiano de Pola de Lena y habiendo sido elegido para defender los intereses de Asturias, vota en contra de los ganaderos asturianos y ha hecho unas declaraciones defendiendo lo indefendible. Es el eterno problema de aquellos que hicieron de la política su único modus vivendi porque no saben o no quieren hacer otra cosa.
En declaraciones a este diario, el alcalde Onís y la alcaldesa de El Franco se lamentaban de que la decisión de dar protección máxima al lobo acarrearía la ruina de los ganaderos de sus municipios. Señor alcalde y señora alcaldesa: no se lamenten ustedes, tomen decisiones, incluso contra su propio partido político, culpable de que se dé esta situación. Ya sé que aquí no se puede discrepar porque el que lo hace no sale en la foto, pero me viene a la memoria un alcalde de Soto del Barco que un día dijo basta a sus jefes políticos y sus vecinos le siguieron votando, creo recordar que con mayoría absoluta.
Se salva de este despropósito el consejero Alejandro Calvo, que por origen familiar conoce y vive los valores del campo y sabe de primera mano de las dificultades de nuestros agricultores y ganaderos. Pero se echa en falta una actuación contundente del presidente Barbón, que haría bien en intervenir al más alto nivel para parar este atropello porque, de lo contrario, dentro de poco el cabrales y el gamonéu lo van a fabricar en Madrid con ovejas que pasten por los montes de La Pedriza.
Recordemos el comienzo: el lobo no es el enemigo, sino que lo es una clase política privilegiada que no trabaja con lealtad por aquellos que les votaron.
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