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De lobos y urogallos en Asturias

9 de Febrero del 2021 - Eduardo Bros Martínez (Oviedo)

Entre estos dos grandes iconos de la naturaleza asturiana no solo existen diferencias notables en lo que representa su morfología, como es lógico, sino que también en el resto de sus hábitos, además de una tratante en ambas especies que las distinguen. La primera tiene el componente, en contra de lo que se dice, de haber dejado de ser una especie en peligro de extinción en lo correspondiente al Principado de Asturias. Contribuye a tener esta sensación la alta densidad de este cánido que se ha podido detectar por los llamados expertos, situándolo en el orden de unas 40 manadas en territorio astur (supone unos 300 ejemplares. La sabiduría popular apunta a cifras más cuantificadas), cantidad estimada más que suficiente, teniendo en cuenta su enorme movilidad, garante por sí misma de perpetuar en los límites que marca la convivencia sostenible de este animal con los humanos para cometer sus desbarajustes sobre ganado doméstico. No se debe ir más allá de eso. Ya es más que suficiente. No olvidemos que el lobo, mata para comer... Y algo más: siempre deja el rastro, la huella, de un desperfecto complementario que no le ha servido para nada, porque nada ha aprovechado, pero que, supuestamente, le ha permitido dar rienda suelta a sus instintos primitivos (si no cómo se explica), motivo de causar fuertes pérdidas, desazón, temores, etcétera.

Se desconoce, nadie ha dicho nada, cuál sería la densidad estimada, que no fuese motivo de superiores conflictos, que pudiese tener cabida en nuestro ecosistema. Es obligado preguntar, para los que tenemos curiosidad en saber, si es necesario, más que conveniente, permitir en territorio astur aumentar el nivel poblacional que este voraz depredador exhibe en la actualidad, por qué y para qué. Si acaso, ¿razones científicas imprescindibles? Con todo respeto a los ilustrados, no me lo creo. Ochenta manadas en nuestra comunidad, ¿estaría bien?, ¿sería bueno alcanzar esta cifra?, ¿o todavía no la podremos dar por absoluta, pendiente de acrecentarla? Realmente no encaja con lo razonable una densidad sin tope. Las consecuencias que acarrearía no se pueden enmascarar detrás de cortinas de humo. Aquello del sentido común es lo que debe prevalecer, antes que conquistas ideológicas u otras versiones que, en este caso, casi nadie se cree, por mucha retórica literaria o verborrea confusionista que empleen en el empeño.

En segundo lugar, con toda esta armadura ideológica y de aquella otra de intereses de personas particulares o grupos, dispuestos a la defensa del cánido en cuestión contra cualquier pensamiento contrario, aunque sea racional, choca frontalmente contra la falta de iniciativas en formas de fondos de ayuda con aportación económica y material de forma más cuantitativa de los que ha venido recibiendo, a todas luces insuficiente (con lo que se recibe, no alcanza), de cara a la recuperación, si no total sí parcial, que facilite la sostenibilidad de un ave tan sumamente simbólica, a la altura de cualquiera otra especie salvaje (lobo, oso, convertidas en emblema por los asturianos), como es nuestro "gallo montés", el urogallo cantábrico, secular inquilino en la espesura de nuestros montes de haya y abedul. En este sentido, esta gallinácea silvestre se estima que ha sufrido un verdadero agravio comparativo de trascendental importancia con las demás especies citadas. Su anunciada desaparición se encuentra a punto de producirse, de no llegar a tiempo (pongámonos en lo peor; tal es la crudeza del hecho que se vaticina); ha supuesto un enorme fracaso del ecologismo, que en todo momento ha estado ausente de prestarle la debida atención. Hace falta muchísimo dinero. Esa ha sido la clave. En este caso, altruismo sí, pero menos.

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