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Huelga en diferido

10 de Agosto del 2010 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

Si los máximos dirigentes de UGT y CC OO desde hace tiempo se vienen acreditando como fieles aliados del Ejecutivo de Zapatero, a la vez que

felones defensores de los trabajadores, parece que con la convocatoria reciente

de un paro general a tres meses vista se han ratificado en ello. Porque, bien

leído, hacer un llamamiento a una huelga general, diferida en más de cien días, no

parece que sea la mejor senda para garantizar el éxito de la protesta contra la

política laboral y económica del Gobierno que nos gobierna.

Los trabajadores que ya en su día han accedido a rebajar sus salarios para evitar despidos en la empresa; los funcionarios que van a padecer cómo se recortan sus nóminas; los pensionistas a los que no se les revalorizan sus ingresos y los jóvenes a los que en lo sucesivo se contrate con nuevas cláusulas de indemnización por despido, todos ellos podrían tener algún motivo para secundar el requerimiento del paro. Pero distinto es que los llamados a esa cita estén por la labor.

El hecho en sí resulta tan insólito que no queda más remedio que preguntarse: ¿por qué la huelga el 29 de septiembre?, asimismo, ¿por qué hacerIa coincidir con unas movilizaciones europeas que, dada su naturaleza, no tienen destinatario conocido? La respuesta acertada, para mí, puede ser porque los líderes de CC OO y UGT están queriendo poner una vela a Dios y otra al diablo, cosa muy delicada en estos tiempos que nos están tocando vivir, ya que puede ocultar efectos sorpresivos.

Ciertamente, los señores Toxo y Méndez no podían dejar pasar como si nada una contrarrefoma laboral que supone una agresión a los derechos de los trabajadores. Y como solución se convoca esa original huelga con más de 100 días de retraso sobre la fecha en la que el Gobierno ha decidido la reforma laboral y, de paso, se la hace coincidir con unas movilizaciones europeas que darán la impresión de que en la realidad nada de lo que está pasando en España en los dos últimos años sea responsabilidad del Gobierno de Zapatero, sino sólo consecuencia de una crisis que azota por igual a todos los países europeos.

No obstante, de aquí a la fecha fijada del 29 de septiembre los sindicatos van a convertirse en la diana de muchos dardos y algunos de ellos envenenados. Pues no va a resultar sencillo convencer a la sociedad de que, si es necesaria y oportuna una huelga general, el momento de hacerla no sea cuando se aprueba la norma objeto de la ruptura, sino tres meses después. Si la brecha fuese tan grande, la ocasión de protestar sería ahora. Parece que los sindicatos no creen demasiado en que están haciendo lo más conveniente para la población trabajadora, sino más bien que se encuentran forzados por su propia dinámica, y que el propio tiempo está echando un cable salvavidas -otro más-, a un Gobierno que naufraga.

Porque si hacía falta algo más para confirmar la teoría de los que niegan la libertad de movimientos a unos sindicatos que siguen viviendo de

las ayudas oficiales, aquí tenemos una irrefutable demostración.

Personalmente, no acabo de entender cómo se puede aplicar esa tranquilidad de dejarlo todo para la salida del verano en la medida de que, si cabe, para entonces todos estaremos más enfadados por depresión posvacacional -si es que hemos ido de vacaciones-, con el gasto escolar columpiándose amenazadoramente en la tarjeta de crédito y, por si no fuera suficiente, con la cuesta de otoño picando a las puertas.

Aunque eso sí, para esas fechas, igual ya el Gobierno puede estar a punto de cambiarse de bancos en el Parlamento.

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