¿Cuántos muros tienen que superar los inmigrantes?
A menudo se habla en los medios de comunicación de la llegada de los inmigrantes como un acto de coraje, y del cruce como la frontera más difícil de superar. Sin embargo, ¿es realmente así?
Como hija de inmigrantes, puedo atestiguar que los confines geográficos no son los únicos obstáculos que la inmigración conlleva, hay otros "muros" que enfrentar: las barreras sociales. De hecho, el gran desafío es alcanzar la integración en la sociedad en la que uno se quiere establecer.
Desafortunadamente, estamos acostumbrados a la idea de que cada uno pertenece a un lugar y a una cultura, así que cuando se toma la decisión de dejar su país de origen, sobre todo a causa de las condiciones de vida inadecuadas, existentes en el mismo, el individuo empieza a cuestionarse sobre su propia identidad. Y es solo entonces, al separarse de sus raíces, cuando comienza a sentirse realmente migrante. Con eso quiero poner de relieve que no es la decisión en sí misma de emprender un viaje hacia un lugar ubicado en el extranjero lo que convierte a un individuo en migrante, sino la conciencia que va tomando al darse cuenta de que es necesario ajustarse a las nuevas costumbres.
El choque cultural que se produce al enfrentarse con los demás miembros de la nación receptora es la barrera más ardua que hay que superar: la condición de inmigrante siempre acompañará a los "nuevos" y es extremadamente difícil que se deje de etiquetarlos de esa manera. Un ejemplo práctico lo podrían representar mis padres, a quienes -aun teniendo ciudadanía italiana y a pesar de llevar 25 años viviendo en Italia- siguen llamándolos "los albaneses".
La impresión es que la sociedad de acogida no permite integrarse concretamente. El resultado de esa condición provoca una crisis en el inmigrante, quien no logra sentirse cómodo en la nueva colectividad ni parte de ella, lo cual -al mismo tiempo- acaba causándole una pérdida de identidad: de hecho, es común que se sienta extranjero hasta en su propio país natal.
A esto se añade la convicción de que, para los migrantes no existe un lugar en el mundo que les pertenezca.
En definitiva, derribar los muros sociales existentes es un desafío diferente, pero con muchos obstáculos. A mi juicio, es imprescindible recordar siempre los propios orígenes y aprender lo más posible de otras culturas: el objetivo final no tendría que implicar necesariamente el sentido de pertenencia a un lugar, sino -más bien- el ensanchamiento de nuestros horizontes cognoscitivos a través de la educación para ser mejores ciudadanos del mundo.
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