Manca finezza

11 de Febrero del 2021 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijón)

Los italianos utilizaban el término “finezza”, que podría traducirse al castellano por finura, pero con solo eso no tendríamos la idea correcta de lo que significa la expresión, especialmente en el marco de la política, que va mucho más allá, porque supone además comportamiento inteligente, sutileza en el trato, elegancia en la expresión, discreción y, sobre todo, sentido de la oportunidad. Cuando todo eso falla o se carece de ello, los italianos utilizan el término “manca finezza”.

Empecé señalando lo anterior en “pasado” porque, desde que irrumpió en el panorama político italiano el magnate de la comunicación y execrable personaje Silvio Berlusconi, Italia jamás recuperó la “finezza”. La política se llenó de Beppes Grillo, Mateos Salvini, “mama chichos”... que impusieron su lenguaje y maneras. Su vulgaridad en la tierra de Puccini.

En todo caso, Italia no es más que el reflejo de lo que ocurre en gran parte del mundo, especialmente en los países que emergieron tras la caída del Muro y en América Latina.

En España, creo que nunca tuvimos “finezza”, pero tampoco llegamos a los esperpentos de otros lares, lo que nos mantenía en un terreno indefinido con salidas de pata de banco, miserables intervenciones en el Parlamento o a través de los medios, agudizado en los últimos años desde que Vox hizo acto de presencia.

Sin que nuestros políticos en general, hayan practicado la “finezza”, algunos sí han caído en el “manca finezza”. Cuando esto se practica desde la oposición a quien gobierna está feo, pero tiene algo de sentido en el marco de la lucha por el poder como latinos que somos. Pero hacerlo y practicarlo desde quien tiene la alta misión de gobernar y de representar a tu país, como es el caso de nuestro vicepresidente de Gobierno, Pablo Iglesias, la verdad no hay por dónde cogerlo, y habrá que buscar un nuevo término porque “manca finezza” no encaja.

Si lo de equiparar al prófugo Puigdemont con los exiliados que huían del terror fascista ya fue una indignidad, de la cual no se ha retractado todavía pese a que se lo han pedido familiares de las víctimas, ha vuelto a las andadas, haciendo bueno el refrán que decía mi madre: “Este no sólo mete la pata, sino que la retuerce”. “En España no hay una situación de plena normalidad política y democrática... Es evidente que hay una situación de excepcionalidad, y, como miembro del Ejecutivo, debo reconocerlo”.

Así se ha pronunciado en una entrevista ante la pregunta de un periodista del “Diario Ara” que le preguntaba sobre las palabras que el ministro de Asuntos Exteriores del nuevo Zar de todas las Rusias había dicho, comparando la situación del opositor Alexéi Navalni con la de los políticos del “procés”. Casi nada.

Si esto lo dice Echenique o Mayoral (Podemos), puede tener un pase porque responde a estrategias electorales enmarcadas en la campaña electoral catalana, y más todavía si lo dicen los independentistas, les va en el sueldo. Pero dicho desde la Vicepresidencia del Gobierno, recalcando su condición de tal (“lo digo como miembro del Ejecutivo”), sinceramente hay que tener muchas tragaderas por parte del presidente del Gobierno y de sus compañeros de Gabinete.

Para mayor dislate, ha puesto a los pies de los caballos a España y a la Unión Europea, en un momento en el que el sátrapa del Kremlin anula todo atisbo de oposición con represiones masivas a ciudadanos inocentes, envenena a todo el que se ponga por delante, persigue a las minorías, odia a los homosexuales. Se burla del derecho internacional y se prepara para eternizarse en el poder. Por algo ocupa el puesto 144 en el “democracy index” (entre 167 países), considerado, de facto, como Estado fallido. En el mundo hay 23 países calificados como democracias plenas. España ocupa el puesto 18, por delante incluso de Francia, Italia, Portugal, Bélgica y, por supuesto, de EE UU (25). Los países nórdicos lideran un año más la clasificación.

Las estúpidas e infundadas declaraciones se producen en un momento en el que el Alto Representante de la Unión Europea, Josep Borrell, está siendo cuestionado por su “tropiezo” al intentar “poner firmes” al Gobierno ruso exigiendo la liberación de Navalni en su visita a Moscú, y cuya respuesta ha sido la equiparación con lo que ocurre en Cataluña y un discreto “métase en sus asuntos” que, a su vez, se ha saldado con la expulsión de tres diplomáticos representantes de Europa en Rusia. A Borrell le aconsejaron que no fuera. No era el momento ni había “agua en la piscina” para una intermediación europea. Volvió con el rabo entre las piernas y fortaleciendo indirectamente al Zar. Muchos piden la dimisión de Borrell. Lo de Borrell fue un error. Lo de Iglesias, una estupidez más.

Nadie pide la dimisión de Iglesias (salvo la oposición) porque, si dimitiera, se llevaría por delante al Gobierno entero. Se terminaría la experiencia del primer Gobierno de coalición. Todos lo saben. Él lo sabe. Lo increíble es que no tenga nadie a su alrededor que le recuerde que él es Gobierno. Que no está en Vistalegre, ni en la Facultad de Ciencias Políticas. Que algo de “finezza” es imprescindible también en la política española y que, con ello, no renuncias a tus principios ni a los que representas. Quizá por mi parte sea pedir peras al olmo... ¿O no? ¿Tanto se juega en las elecciones catalanas?

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