Aquellos paisanos del Valle de Huerna
Son los que conocimos, tratamos y apreciamos allá por la década de los cuarenta, después de aquella guerra fratricida que partió España, dolorosamente, en dos mitades, y que vamos a recordar hoy aquí, porque ellos son historia ejemplar de nuestro medio rural. Adentrados en este grandioso y profundo valle, una carreterina nos lleva al pueblo de Zureda, al que dio mucha vida y trabajo Ramón Estrada, con su empresina familiar. Honrado y trabajador, Ramón fue un gran paisano. En Carraluz, pueblín próximo al de Alcedo de los Caballeros, en el que el Templo dejó una profunda huella histórica, fue muy famoso el buenazo de Máximo, cazador y matador de lobos (que nos desagrada y entristece), matanza que entonces pagaba con largueza el Ayuntamiento de Lena.
Y en Espinedo, carretera y bifurcación a Jomezana, estaba Ángel, un hombre excepcional, iniciador y pionero de la hostelería en este valle, partiendo de cero, sacrificadamente y a puro güevo. Conocimos a Ángel cuando encontramos y recuperamos los restos de Juanito Delgado, aquel neñu de 7 años que se había despeñado, dos años antes, por una de las canales de Peña Mesa. En Riospaso, de donde era Juanito, tuvo uno guardados en su mochila esos restos hasta que llegó la Guardia Civil y el féretro para depositarlos en él, cuyo féretro se encargó de traer Ángel desde Campomanes. Así fue como le conocimos, que al igual que todos los demás paisanos que estamos recordando ahora aquí ya no está con nosotros. Son ya ejemplar historia humana y de hombría de bien. Posiblemente, alguno se nos quedará en el tintero, mejor dicho, en nuestro archivo cerebral. Pero aquí están como los demás, entrañablemente.
Más arriba de Espinedo, en donde permanece vivo el recuerdo de Ángel, están Los Pontones, de la parroquia de Telledo, otro bello lugar destrozado hoy por la variante del ferrocarril de Pajares. Desde Los Pontones, por donde salen los dos túneles de Renfe, hasta Campomanes, todo este medio rural ha sido destrozado por completo, sí. Es un asesinato ecológico. La profunda belleza rural del valle del Huerna, todo su paisaje y encanto, queda ahora de Telledo para arriba, en los pueblos altos de La Cruz, Riospaso, El Campo, Tuiza de Abajo y Tuiza de Arriba, este situado en el mismo regazo de Peña Ubiña (2.417 metros de altura). Y desde Peña Ubiña hasta los Picos de Europa se extiende la gran belleza rural y profunda de Asturias.
Y en Los Pontones y Telledo, estaban Andrés, con su chigrín; Bautista Babado, con su comercín y sus vinos (un hermano suyo dominico, padre Barbado, fue obispo de Salamanca), y Antón, conocido como el “americanu de Los Pontones”, que fue emigrante en la Argentina y gaucho en su Pampa, de donde se trajo el sistema de asado a la estaca, de tanta popularidad hoy en Asturias, sobre todo en su medio rural, cuya mejor demostración la tenemos en los cientos de asados que se hacen todos los años en el Alto de la Cobertoria, en el prau de L.lagüezos, que es cita y encuentro de la bona xente de Lena y de Quirós. Agadía, un gran rapaz, fue el primero y el mejor alumno que tuvo Antón, al que siguen hoy muchos más. El asado de cordero a la estaca tiene ya su historia y tradición en el medio rural asturiano. En la Pampa argentina, según nos dijo Antón cuando lo conocimos, en septiembre de 1942, en Riospaso, allí lo que se asaba eran reses vacunas, de las que no quedaban ni los huesos... Como aquí con les oveyes, que si no las despellejaran antes se comería hasta la lana.
En sentido ascendente, después de Telledo está la aldeína de La Cruz y, en ella, un personaje muy peculiar y famoso en el valle del Huerna, con un historial aventurero interesantísimo, allá por la Américas. Emigrante, como Antón, Manolín “el Vivo” fue también gaucho en la Pampa argentina, y de allí pasó a Panamá y trabajó en la construcción del canal que uniría el océano Atlántico con el Pacífico. Como él me dijera, “allí nun fice ni una puta perra, pero aprendí pa cómo faceles aquí”. Y contrabandeando de acá para allá, furtiándosela a los consumeros, “el Vivo” sí que hizo sus perruques llevando “matute” de aquí a Babia, en León, y viceversa. Luego, en su casina de La Cruz, venía de todo. Solterón recalcitrante y empedernido, era un Arguiñano en su cocinina de leña. Hacía un arroz caldoso con chorizo de muerte. Manolín era el factótum de lugar, y poseía una filosofía aldeana asombrosa.
A aquel gran paisano que fue Manolín “el Vivo” y a mí nos unió una buena amistad, a pesar de que él era mucho mayor, y lo volveremos a recordar aquí en esta retroactiva andadura por el valle lenense de Huerna, grandioso medio rural, cuyos pueblos y gentes están muy ligados a nuestra vida alpina y montañera.
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