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Los chicos de la gasolina

14 de Febrero del 2021 - Pablo del Camino Alonso (Madrid)

Seguramente, cada vez menos personas se acuerdan del inefable Javier Arzallus, presidente del Partido Nacionalista Vasco durante más de veinte años y que, en una de las fases más agudas de la violencia batasuna, se refirió a los terroristas callejeros, esos que se dedicaban a crear el caos en las calles, que lanzaban cócteles molotov, quemaban contenedores, saboteaban negocios y agredían a los diputados y ciudadanos no nacionalistas, con el apelativo de "los chicos de la gasolina", quitándole importancia a las acciones violentas que llevaban a cabo. Posteriormente, el Tribunal Supremo calificó a las organizaciones que estaban detrás de estos grupos (Jarrai, Segi o Haika), como organizaciones terroristas. La función de estos grupos terroristas (todos de ideología marxista) era la de crear el caos en las calles, atemorizar a la población, hacer una demostración de fuerza en pleno pulso entre los nacionalistas vascos y el Gobierno central a cuenta del "plan Ibarreche", a principios del XXI; fueron años de gran violencia por parte de ETA: 23 asesinatos en el año 2000, 15 asesinatos en el 2001.

Los paralelismos entre aquella situación y lo que se está viviendo en Cataluña son evidentes. ¿Recuerdan al presidente Joaquín Torra animando a los CDR? El Gobierno separatista está en pleno pulso con un débil Gobierno central, que necesita los apoyos de los partidos nacionalistas y separatistas catalanes para poder sobrevivir en el Congreso de los Diputados y sacar adelante su proyecto comunista. La sociedad catalana, al igual que la vasca en aquel momento (el asesinato de Miguel Ángel Blanco, 1997, estaba cercano; en el año 2000 ETA asesinó a Ernesto Lluch, Fernando Buesa y José Luis López de la Calle, entre otros muchos), está dividida y, realmente, harta del separatismo que, en estos últimos diez años, solo ha traído desgobierno, caos, inseguridad y ruina, un hartazgo reflejado en el auge de Vox en las encuestas, pese a las tácticas de ocultación por parte de las televisiones públicas y las convenientemente subvencionadas televisiones privadas.

Estos grupos no solo existen en España, los hemos visto actuar en Estados Unidos, donde sembraron el caos en las calles norteamericanas, incendiadas un día sí y otro también, por los grupos Black Lives Matter y Antifascistas; les hemos visto actuar en Santiago de Chile, en enfrentamientos con la Policía, con quema de iglesias incluida, durante las deliberaciones sobre la reforma constitucional.

Estos grupos no actúan de forma desordenada e impulsiva, están organizados, jerarquizados y coordinados y, seguramente, subvencionados con dinero público, el que nos confiscan a través de los impuestos, o a través de fundaciones y ONG (seguro que George Soros y su Open Society Foundations están detrás de algunos de estos). Durante el golpe de Estado contra Donald Trump se podía ver cómo los grupos de ciudadanos negros esperanzados eran dirigidos por activistas blancos, o cómo personas con acento cubano organizaban a los grupos de manifestantes violentos durante los disturbios en Santiago de Chile.

Como ciudadanos libres no debemos dejarnos amedrentar por estos grupos totalitarios, nuestra voz debe oírse alta y clara en pos de la libertad del individuo frente al colectivismo esclavista, el hombre frente al Estado, el capitalismo frente a las economías planificadas. Como nos recuerda el profesor don Jesús Huerta de Soto, debemos estar atentos para saltar, impulsados como por un resorte, ante cualquier devaneo marxista, y desmentir todo el fraude intelectual que está detrás de las teorías de Marx. Debemos estar siempre vigilantes ante cualquier intento estatista de limitar nuestra libertad individual, bien sea a través de leyes educativas, mediante la ideología de género o intentando subvertir la separación de poderes. Usarán a sus pequeños ejércitos, armados con ladrillos y cócteles molotov, para atemorizarnos y hacernos creer que necesitamos sus organizaciones perversas, pero la libertad prevalecerá. ¡Viva la libertad, carajo!

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