La escuela: el papel clave en la formación de nuevas identidades en el contexto intercultural
La toma de conciencia del carácter cada día más intercultural de nuestras sociedades me lleva a escribir esta carta para reflexionar con los lectores sobre la cuestión de la inmigración y sus efectos, que nunca antes, como ahora, han estado tan presentes en el debate público internacional.
Así es, el mundo está tristemente lleno de fronteras: desde el proyecto de extender y terminar la construcción del muro fronterizo entre México y Estados Unidos hasta la realidad de la frontera marítima con África, que cada año causa centenares de víctimas inocentes. Situaciones dramáticas y controvertidas que precisan, en el caso de África, de una respuesta única por parte de Europa y de un proyecto compartido entre todos los estados miembros.
Mientras tanto, en el mundo millones de personas siguen huyendo de guerras, de persecuciones étnicas o religiosas, de políticas liberticidas que suponen condiciones de vida inhumanas. Gente desesperada que, a como dé lugar, está dispuesta a emprender un viaje que no ofrece certeza alguna, salvo la de arriesgar su vida para ofrecer un futuro mejor a sus hijos y permitirles, en la medida de lo posible, realizar sus sueños.
Y es justamente la nueva generación de migrantes la que, al alcanzar por fin la anhelada meta, se enfrenta a otra clase de obstáculos, no físicos y, sin embargo, más insidiosos: los estereotipos fomentados por la difundida y escalofriante retórica populista vigente y las limitaciones impuestas por una sociedad que confirma su mediocridad anacrónica frente a “lo distinto”.
En la lucha contra estas barreras culturales, la escuela –considerada como magistra vitae– desempeña un papel central en el proceso de adaptación e integración de los recién llegados. En una sociedad incluyente y acogedora, la escuela tiene que educar en valores desde una perspectiva declaradamente intercultural, promoviendo nuevas identidades fluidas y compartidas por los colectivos inmigrantes y las comunidades receptoras, a través de un proyecto formativo que, confrontando constructivamente experiencias y visiones diferentes, trate de unir y no de dividir.
Solamente así, en mi opinión, seremos capaces de aceptar nuestras diferencias y de considerarlas como oportunidades de enriquecimiento cognoscitivo y no como detonantes de conflictos.
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